El vínculo entre el maestro y el aprendiz

El verdadero aprendizaje, el que genera cambios profundos en la persona, el que conmueve, es el que se da en el contexto de un vínculo estrecho entre el maestro y el aprendiz.

Hay una historia hermosa que cuenta que Buda entra en un pueblo donde todos se han reunido para escucharle, pero él no deja de esperar, mirando hacia atrás, en dirección al camino, porque una muchacha pequeña, de no más de 13 años, lo ha encontrado en el camino y le ha dicho: “Espéreme, voy a dar este alimento a mi padre en la granja, pero regresará a tiempo. No se olvide, espéreme”.

Finalmente, los ancianos de la ciudad dicen a Buda: “¿A quién está usted esperando? Todos los que son importantes ya están presentes, ya puede comenzar su discurso”.

Frente a esto, Buda responde: “Pero la persona por la que he venido desde tan lejos, no está todavía presente y tengo que esperar”.

Finalmente, la muchacha llega y dice: “Estoy un poco atrasada, pero usted guardó su promesa. Sabía que guardaría la promesa. Tuvo que guardar la promesa porque le he estado esperando desde que tomé conciencia. Yo tenía quizás cuatro años cuando escuché su nombre. Con solo el nombre, algo hizo sonar una campana en mi corazón. Y ya ha pasado desde entonces tanto tiempo, diez años, quizás, que he estado esperando.

“No has estado esperando inútilmente, eres la persona que me ha estado atrayendo a esta aldea”, dice Buda. Y esa muchacha es la única que va hacia él: “Inícieme. He estado esperando bastante y ahora deseo estar con usted”.

Buda responda: “Tienes que estar conmigo, porque tu cuerpo está tan fuera del camino que no puedo venir una y otra vez. El camino es largo y me estoy volviendo viejo. En este pueblo entero, ni una sola persona se acercó para ser iniciada en la meditación. Solamente esa pequeña muchacha”.

En la noche, cuando iban a dormir, el principal discípulo de Buda pidió: “Antes de que se vaya a dormir, deseo hacerle una pregunta. ¿Siente cierto tirón hacia un cierto lugar, algo así como un tirón magnético?

Y Buda le dice: “Tienes razón. Así es como decido mis viajes. Cuando siento que alguien tiene sed, que está tan sediento que sin mí no hay salida para la persona, tengo que moverme en esa dirección. El maestro va hacia el discípulo, el discípulo va hacia el maestro. Más pronto o más tarde, se van a encontrar”.

Hay relaciones y relaciones. Pero existe una relación, la que se construye entre el maestro y el discípulo, que es tan extraña como excepcional. El discípulo no pide nada y el maestro no promete nada. Aún así, hay sed en el discípulo y una promesa en el maestro.

El discípulo está buscando la forma de abrirse sin temor alguno. Y el maestro busca un ser humano que esté listo para renacer.

Existen profesores y estudiantes: el profesor tiene el conocimiento y el estudiante quiere ese conocimiento. El maestro y el discípulo son totalmente diferentes. El maestro no nos proporciona el conocimiento, comparte su ser. El discípulo ya es, pero no sabe quién es, quiere su propia revelación.

El maestro solo puedo hacer una cosa: generar confianza, y todo lo demás sucede. En el momento que eso suceda, el discípulo abandona sus defensas, su conocimiento, y se vuelve como un niño, inocente, alerta, vivo, un nuevo comienzo, un renacer: el nuevo nacimiento de la conciencia.

Todo lo que se necesita es confianza. El maestro se convierte en vehículo de la conciencia.

El verdadero aprendizaje, el que genera cambios profundos en la persona, el que conmueve, es el que se da en el contexto de un vínculo estrecho entre el maestro y el aprendiz.

El maestro no transmite conocimiento, nos enseña a vivir y nos acompaña. Es en ese vínculo de extrema confianza y seguridad, el verdadero aprendizaje, aquel que se produce en un fuerte vínculo afectivo que busca que el alumno integre el conocimiento a su vida.


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