El retrato de la dama de azul

Existe una leyenda que sugiere que un cuadro es capaz de albergar el alma de una persona fallecida. Es el de caso de Margarita, que sale de su cuadro para pasear por Buschental.

Es increíble pensar que en el presente, en pleno Siglo XXI, algunas personas que dejaron este mundo hace mucho tiempo siguen viviendo e interactuando con las personas. Lo hacen de manera natura, como si su vida continuara o como si nunca se hubiese enterado que hace muchos años dejaron este mundo. Lo cierto es que ellos están ahí, deambulando en nuestro tiempo, atados a una especie de cadena invisible que no los deja partir. Son muchos los que lo ven y luego narran estas historias construyendo los pilares de una leyenda que se mantendrá de generación en generación.

En el Prado, uno de los barrios más pintorescos de la ciudad de Montevideo, es conocida una leyenda urbana que habla sobre el misterioso fantasma de una dama de azul que recorre los alrededores de lo que alguna vez fue su hogar. Cuentan que esta entidad, además de manifestarse en las calles de Montevideo vive también en un viejo cuadro que es conocido como "El retrato de la dama de azul".

Cacaio Pérez, testimonio de esta leyenda, cuenta que el inicio de la historia se remonta a inicios del Siglo XX en el Prado, lugar que por aquel entonces estaba en su máximo esplendor y era el lugar que los personas más emblemáticos de la sociedad tenían sus casas quintas para pasar el verano. En Agraciada casi Buschental en una de las magníficas casas vivía Margarita Salvo junto a un grupo de sirvientes y mucamas que lo acompañaban. La gran pasión de Margarita era salir a pasear todos los días cuando caía el atardecer por Buschental, sendero al que adoraba mucho. Era tanto lo que le gustaba, que sus familiares mandaron a hacer un retrato donde ella posaba sonriente allí en un paisaje otoñal, con su vestido azul.

En 1920 Margarita se enfermó y ya no pudo salir a pasear. Varios de sus sirvientes y mucamas, quienes sentían un afecto especial por ella, la acompañaron por aquellos meses. En la última tarde de octubre, a la hora habitual de sus paseos, Margarita Salvo murió. Algunos de los sirvientes que la acompañaban tuvieron que esperar en la casa a que los familiares ordenaran cómo quedaría todo y qué se iba a hacer con el inmueble. No había transcurrido un mes del fallecimiento de Margarita cuando empezaron a pasar cosas raras. Los dos empleados que se quedaron a cuidar la casa encontraron la estufa a leña encendida, la misma estufa que no se encendía desde hacía semanas. Pocos días después les extrañó encontrar el portón de la puerta que daba a la calle y de nada servía que lo cerraran, porque el día siguiente estaba abierto otra vez. Uno de ellos, incluso, creyó ver un vestido azul alejándose por Buschental. Estas situaciones, sumadas a vecinos que veían pasear a una mujer con vestido azul por la calle que Margarita tanto adoraba, los hizo alertarse sobre una posible presencia fantasma.

Pero lo que realmente paralizó a los empleados, que ya no se sorprendían por encontrar el fuego prendido o el portón abierto, fue que una tarde al mirar el retrato de la que fuera su patrona descubrieron que ella ya no aparecía más pintada en él. Ellos comenzaron a suponer que en los momentos en que Margarita se ausenta de la pintura es porque sale de él para realizar sus paseos habituales.

La casona fue abandonada y con los años fue perdiendo el brillo y el lujo que la caracterizaba. Pero también creció la leyenda sobre los paseos de Margarita Salvo.

Hace unos años un niño se topó con el portón de la casa entreabierto y decidió entrar para llevar a cabo lo que él creyó que sería la aventura más fascinante de su vida. Lo que no sabía, es que allí dentro lo esperaban algunas sorpresas. Se metió en la casona, entró al salón para investigar y divertirse, pero la diversión le duró poco. Pronto se topó con una mujer, que lo miraba por la ventana del fondo. Como reacción instintiva miró el cuadro que estaba sobre la estufa, pero allí solo había árboles.

 


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