El discurso de Daniel Scheck al recibir el premio a la Excelencia al Empresario de las Comunicaciones

El abogado, periodista y empresario, creador de Telecataplum, pronunció un emotivo discurso al recibir esta distinción.

A continuación el discurso completo que el Dr. Daniel Scheck no llegó a pronunciar a pedido de la producción televisiva del evento, que le solicitó que lo abreviara pues -siempre en términos televisivos- era demasiado extenso para ser leído a cámara. En dicha oportunidad Teledoce, del que él era socio, se comprometió a publicarlo completo y hoy lo repetimos con el permiso de su familia.

Agradecimiento a la Cámara de Anunciantes y a la Revista comunicación Publicitaria:

1° Por la idea de esta reunión, de este cálido encuentro convertido en una fiesta, para distendernos los que estamos o somos las tres patas de la comunicación, para charlar y disfrutar, olvidando, si es posible, reiterarnos en los pesimismos que nos acosan todos los días.

2° Gracias por estar entre los ternados. Ese fue un alto honor y lo consideraba más que suficiente premio por mi peripecia en este mundo de los medios.

3° Felicitaciones a Pablo Lecueder y a Javier Massa por llegar donde llegaron. Si estoy yo aquí no es porque sea más sabio, sino porque soy más viejo.

Voy a tratar de decir unas palabras sobre esta feliz circunstancia que me coloca en este podio. Siempre digo: lo breve, si breve, dos veces breve, aunque esta noche quizás no lo logre concretar.

Abordaré dos temas:

1. El mayorazgo y sus consecuencias para los benjamines de familias numerosas como la nuestra

y

2. El tiempo de los hijos menores

Punto uno. El primogénito es el primer hijo varón de un matrimonio, que a partir de su nacimiento ya es familia, siendo por supuesto el hijo mayor, y de ahí proviene lo del mayorazgo. Es una institución del viejo derecho civil, hoy en desuso. Pero aún muchas familias uruguayas, a principios y mediados de este siglo, casi todas con mucha descendencia, adoptaron, de algún modo o respetaron esa especie de Derecho que adquiría el primogénito. En cierto modo era razonable. ¿Quién mejor que el hijo mayor para sustituir a su padre productor rural al llegar a una edad en que se hacen duras las faenas del campo? ¿O un hijo, ya recibido de médico, para tomar las riendas de su consultorio, o la de un empresario de comercio cuando el muchacho ya es contador?
El mayor presiona al segundo, éste al tercero, el tercero al cuarto, hasta que todos juntos ejercen ese mayorazgo sobre el último. Mi familia la constituían mis padres y seis hijos, 5 varones y una mujer. El más chico era yo. Resumiendo: En verdad el mayorazgo funciona para todos los que son mayores que el último, que por supuesto es el que hace todos los mandados. Un ejemplo: Che Danielito, andá a comprar dulce de leche, y ya que estás decile que te apunte dos libras de chocolate, que mamá nos prometió para hoy de tarde un chocolate: Otro agrega: Mirá, llevá la cámara y hacele poner un parche que está pinchada. Y ya que vás, cuando pases por la estación de servicio te hacés inflar la pelota. Ah... y no la traigas picando por la vereda porque de repente se te va a la calle y te la pisa un auto. ¿entendiste? Sinceramente, siento como un vago recuerdo, casi envuelto en una bruma en mi memoria, pero me parece que en aquel momento comencé, que sé yo, a intuir, como era en realidad eso de “inflar las pelotas”.

Daniel: Andá a buscar gofio.
– No, no yo otra vez no voy; “Entonces vos no sos taura como “El Pepe”. Y esto se repetía todos los días, los encargues, los viajes al almacén, los reproches y la acusación de que no era taura como mi primo menor. “¿Quién era el Pepe?” “El Pepe” era el hijo benjamín, de una familia también numerosa, de un hermano de mi madre, que se llamaba Coralio Sánchez, “Coco” para toda la parentela, que vivía en la calle Arquímedes, cerca de nuestra casa, en el Paso del Molino. Familia casi un calco de la nuestra: Siete hermanos, con seis varones y una mujer, Chochita. La de los Scheck-Sánchez, como dije, era de seis, cinco varones y una mujer, la “Chicha”. Los domingos, habitualmente, íbamos a pasar el día en aquella hermosa quinta que iba de calle a calle, hasta los galpones de la vieja ONDA, donde estaba el enorme taller. Se jugaba y se comía. Truco, ajedrez, damas, se tomaba un buen copetín y después se le hacía honores a un asado que preparaba un paisano llamado Saturnino, un casero que vivía a los fondos de la chacrita. Era parsimonioso, extremadamente. De esos que ponen las brasas por acá y más o menos a los tres o cuatro metros, la carne y las achuras. En un estilo dicen que muy criollo para que la factura no se arrebatara. Pero solía suceder que los comensales, por la demora, se ponían impacientes, famélicos y hasta más calientes que los chorizos. En realidad, el hombre tenía fama de haragán. Bueno y después de almorzar nos entreverábamos en un duro picado de fútbol en el que “El Pepe”, el pobre “taura” y yo, íbamos a custodiar los arcos. Y así eran los pelotazos que recibíamos. Y cuando la pelota se caía en la casa de un vecino, bueno, era “El Pepe” o yo los que saltábamos el murito e íbamos a sacar la pelota. Una, dos, quince veces. Eso cuando la globa no agarraba la bajada y caía cerca de las casas de Don Saturnino, que a nuestro ruego de. “Don Saturnino ¿no la patea para acá?” “No, esas son cosas de criaturas”, respondía, y allá marchábamos los primos menores a buscarla al fondo del terreno. Sí, más que parsimonioso, Don Saturnino era flor de abúlico. Por algo los muchachos lo llamaban “Conejo Negro”. Porque no lo hacían trabajar ni los magos.

Diccionario

Fui los más “taura” que pude, en realidad sin saber que era un taura, hasta que llegué a la edad en que logré agarrar un diccionario. Suponía la definición: “Dícese del hijo menor de una familia muy numerosa en el que al más chico lo agarran de gil y lo mandan a hacer todos los mandados”. Pero resulta que en el diccionario no existía la palabra taura. Una vez, escuchando a Gardel lo sentí decir:

Cuna de tauras y cantores
de broncas y entreveros
de todos mis amores.

“Era Melodía de Arrabal”.

Bueno, me hice hombre y el tema quedó en el olvido hasta que otra vez el taura me vino a la mente, justamente ahora, que tenía que hablar de los hermanos benjamines Y yo tengo mi Internet particular. Bueno, en realidad es un sitio... es en la calle Benito Nardone casi Bvar. Artigas, la casa donde vive Raúl Barbero; ¿quién, sino él me podía decir que era un taura? Entonces, lo llamé el domingo, y justo lo encontré navegando. Pero no entre chips. Barbero navega por sus neuronas. Puede hacer estilo pecho, libre, mariposa o incluso chapotear como Esther William, en “Escuela de Sirenas”, y hacer así y sacar uno de los cuatro diccionarios del lunfardo que tiene, y decirme sobre el pucho: “Mirá; taura, es igual que taita o malevo, o guapo orillero. Dejame navegar un rato y te llamo. Y vino un fax hasta con un versito: “En Lunfardías”, de Roberto Bianco, dice: viejo pícaro, sabio, respondón, curtido y respetado por el bramaje y los compraditos. Tutor de lo iniciados en el laburo de guapos. Soy tan taura que cuando hago un doble corte, corro la voz por el Norte si es que me encuentro en el Sur”. Claro, aparte de guapo, el taura era un flor de vivo, justamente algo de lo que no pueden vanagloriarse los que hacen mandados a cada rato, aunque sean chiquititos.
Y remata Barbero con un versito; que debo abreviar, con pena, que reza así:

Al pobrecito Daniel
le colgaron ese mote
en el tiempo aquel
en que era casi un bebote
y al pasar de los años
le fue creciendo una duda
tamaño baño y morruda
y aquí están las que este bardo
que ni siquiera tiene nombre
pudo seleccionar, sin cargo,
respondiéndole a un gran hombre!

¡Gracias Raúl!

Terminando el tema del mayorazgo y sus consecuencias, voy a abordar “El tiempo de los menores, los benjamines, o la revancha de los tauras.

En realidad todos, y me refiero al Jurado, han homenajeado a un apellido, a toda una familia, a muchos hombres que compartieron una misma vocación. Está pesando en vuestro ánimo, conciencia y memoria, la figura y el prestigio del pionero, del viejo Don Carlos, que transformó una empresa de ideas para el corto plazo, en una empresa comercial, que sin abdicar de los principios políticos, pudiera sobrevivir más de 80 años y vaya si lo consiguió. Después, gracias al mayorazgo de Cochile, un genio, creativo, con una visión y un empuje, con el doble papel del empresario y periodista es que “El País” llega a ser 1° siempre. Aquí hay una sumatoria de los talentos y las virtudes de mi padre y mis hermanos. ¿Qué podría decir de Jorge? a quien acompañé en la divina aventura de hacer humor aquí y en la vereda de enfrente. En la página de los “Lunes”, la Revista de su mismo nombre, “Reporter”, luego Telecataplum, por 25 años, “El Rápido Cisterna”, “La Familia” en “Hogar 12 hogar”. ¿Y el talento ignorado de mi hermana Chicha? Que es una especie de China Zorrilla del pequeño concert familiar, con un extraordinario sentido del humor, y una facilidad desopilante para imitar, desde tías viejas a personajes famosos. ¿Cuántas ideas nos dio ella, cuántos consejos, en el silencio, en el anonimato? Y que puedo decir de Eduardo, el Arquitecto, en quien yo, como administrador dejé en sus manos todos los rubros que tenían que ver con máquinas, papel, tintas, diagramación, innovaciones técnicas y estéticas, porque él fue desde siempre quien le dio al diario esa fisonomía que se conoce a 50 metros colgado en cualquier esquina. Y no olvido las horas compartidas en el Canal 12 con Horacio, el ingeniero, que parece frío, y lo es nomás, pero esa es una virtud para quien durante más de 40 años tuvo y tiene en la cabeza todo lo que pasa por el canal. Inventa programas, como el telegol, los entretenimientos y muchos chiches electrónicos, es un perfeccionista de las escenografías, experto de los colores, la calidad del registro de la imagen, en la elección de las películas, las promociones; en fin de él, el hermano que me sigue en años, aprendí muchas cosas, no del ingeniero sino del ingenioso. Por lo que en definitiva, este “taura”, que no tiene nada de malevo, viene como buen benjamín a hacerles el último mandado. Vengo sí a recibir, no para mí, sino para todos este honroso y hermoso premio, plasmado por Broglia. Y antes de terminar se me ocurre una imagen que suele a veces tomarse con sorna y es la del desvalido ciclista o el rezagado atleta, que recibe un micrófono, de una radio o de la TV, y aprovecha esa circunstancia única tal vez en su vida, y dice, humilde y emocionado: “Saludos para los muchachos y mis familiares que me deben estar escuchando. Yo, con toda la fé religiosa que profeso, digo también gracias queridos viejos, que me deben estar escuchando, porque con ustedes comenzó esta feliz historia.

 


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