"La vida en tus manos", un libro de Alejandro De Barbieri que invita a salir de la actitud de "adulto frágil" y tomar las riendas de la vida

"La invitación es a ser responsables y felices en nuestra pareja, con nuestros hijos, en el trabajo y con el resto de la sociedad", señala el psicólogo y escritor.

Después de la formidable repercusión de Economía y felicidad y de Educar sin culpa, Alejandro De Barbieri presenta un libro a la vez práctico y profundo, que nos propone salir de la actitud del adulto frágil y tomar la vida en nuestras manos, para convertirnos en los protagonistas de nuestra propia historia: se trata de La vida en tus manos.

Si Educar sin culpa se centraba en los desafíos que implica la paternidad en la actualidad, en este trabajo el énfasis está puesto en la libertad que debemos asumir como adultos para tomar una actitud activa ante la vida. La invitación es a ser responsables y felices en nuestra pareja, con nuestros hijos, en el trabajo y con el resto de la sociedad. El desafío es vincularnos de una forma saludable y afectiva, que incida positivamente en el mundo que nos rodea.

En estas páginas, que fluyen a modo de diálogo directo con el lector, el autor nos plantea un recorrido por la fragilidad de los vínculos hoy: desde la dificultad para convivir en pareja o la debilidad de las relaciones laborales, hasta la necesidad de vivir con inteligencia espiritual, con sentido del humor, aprendiendo a perdonar y agradecer para darle sentido a nuestra existencia y proyectar un recorrido vital del cual somos los únicos responsables.

La vida en tus manos es una invitación a decidir sin excusas, a salir de la "queja nuestra de cada día" y hacernos cargo de nuestras acciones para ser adultos sólidos y vencer la fragilidad.


A continuación, un fragmento del libro

Educar sin culpa –como comentaba antes– tuvo un gran impacto en mí, por la respuesta de la gente. Muchos lectores me hacen llegar sus impresiones sobre el libro. Para iluminar las primeras ideas de La vida en tus manos creo que nos pueden ayudar algunos ejemplos:

Sigo a medio camino con la lectura de Educar sin culpa, que fue interrumpida por una mudanza (mis libros estuvieron semanas en cajas), pero no quería dejar de contarle que estoy cada día más contenta con lo aprendido… Me doy cuenta de que no alcanza con decidir “más implicación”, hay que practicar, ¡y los resultados mejoran cada día!

No me extrañaría que gran responsabilidad en que pudiera mudarme cupiera a su libro (liberando energía que, una vez disponible, me permitió moverme), pero lo más lindo es que estando tanto más implicada y sin sentir la necesidad de dar explicaciones, pude contener a mis hijas sin esfuerzo en la tan estresante situación de empacar y cambiar de domicilio… de más… ¿cómo agradecerle?

También estoy revaluando todo el enfoque previo respecto al padre, he dejado de esforzarme para que ellas entiendan sus decisiones y me parece que ya no necesito traducir lo que dice o hace y que estoy adquiriendo yo la confianza que reclamaba a nuestras hijas…

Lo más divertido: la adolescente es consciente de los cambios que se produjeron en mí y hasta menciona su libro como “culpable” cuando patalea ante mi imperturbabilidad (antes ella tenía otras posibilidades de negociación y podía mover límites insistiendo, desde que “no” es “no” todo es más fácil para ambas, aunque ella no consigue siempre lo que desea, parece disfrutar de que el adulto a cargo se haga cargo).

Gracias, gracias, gracias…

Espero que usted y los suyos estén súper bien, saludos.

Susana

No puede haber elogio mejor para alguien que escribe un libro que este correo. Analicemos en detalle su mensaje de agradecimiento: “pero lo más lindo es que estando tanto más implicada y sin sentir la necesidad de dar explicaciones, pude contener a mis hijas sin esfuerzo en la tan estresante situación de empacar y cambiar de domicilio”. Este correo resume uno de mis objetivos principales al escribir: que el lector logre salir del miedo, salir de la parálisis, salir de las interminables explicaciones (para mitigar la culpa) y que pase a la acción de educar. Implicarse, de eso se trata, y eso permite que pueda contener sin esfuerzo a sus hijas, en este caso, en la situación estresante de la mudanza. Aplicalo tú a lo que estás viviendo ahora. El estrés suele estar presente en nuestras vidas modernas, nos angustia enfrentar el dolor de crecer. Aquí Susana relata cómo recuperó su energía para poder implicarse sin desgastarse. Luego dice: “estoy revaluando todo el enfoque previo respecto al padre, ya no necesito traducir lo que dice”. Observemos qué agotador educar tratando de traducir lo que el padre quiso decir. Y lo más divertido y emocionante, como ella misma afirma, es que su hija adolescente atribuye el cambio de actitud a la lectura del libro.

Repasemos algunas palabras: ella “patalea” pero el adulto se mantiene “imperturbable”. De eso se trata, el berrinche lo puede hacer el niño o el adolescente, pero no el adulto. Si ves un adulto haciendo berrinche, tratalo como a un niño: lo abrazás, lo mirás, lo esperás, lo ayudás a que se calme para después hablar. No intentes razonar con adultos haciendo berrinches. Termina diciendo que antes ella “negociaba” y los límites se “estiraban”. Pero desde que el “no” es “no”, no hay más negociación. y ella disfruta que el adulto a cargo se haga cargo. Creo que esa es una muy buena introducción para este libro: “que el adulto a cargo se haga cargo”. Eso es lo que nuestros hijos, familia, trabajo nos piden: que nos hagamos cargo. Significa ser capaces de asumir nuestra adultez que incluye hijos, trabajo, en definitiva, incluye vínculos que hay que nutrir con tiempo, con dedicación y con esfuerzo. Me emociona ya pasados dos o tres años volver a leer este correo, que es un resumen muy claro de la “neurosis actual” de ser padre estresado y querer educar al mismo tiempo, cosa imposible. Para ser adultos hay que hacerse cargo, implicarse. Como bien dice Susana, eso da más seguridad a la adolescente. Lo disfruta porque tiene un adulto enfrente que la está ayudando a salir de las rabietas y a desarrollarse como persona. Cuando los niños y adolescentes son educados por adultos con berrinches, la educación fracasa. En cambio, si el adolescente tiene enfrente a un adulto imperturbable (abuela, maestra, profesor, director, jefe) que lo impulsa a crecer, que no hace berrinches y que lo ayuda a “autorregular sus emociones”, entonces claro que disfrutará. Estará recibiendo el bendito regalo de tener a alguien que se preocupa por él/ella, que le dedica tiempo, esfuerzo y que, aunque le duela, se mantiene imperturbable para ayudar a crecer. Me impactó la claridad de esta mamá: “desde que el ‘no’ es ‘no’, es más fácil para ambas”. Ahí está la clave: nos hace bien a todos tener una estructura de valores y de guía. No me llamó la atención que la adolescente mencionara mi libro como culpable, porque me recordó a una mamá que me dijo: “Me gustó tu libro, pero mi hija te detesta…”. ¿Por qué? Y ella me cuenta que le explica “Dice Alejandro que te tenés que frustrar…”. A lo que le respondí: “Te tiene que odiar a ti, no a mí”. Te puede odiar con alma y vida, pero el adulto sostendrá ese “odio” transitorio en silencio, porque lo opuesto al amor no es el odio, es la indiferencia. No podemos quedar indiferentes frente a nuestros hijos que esperan ser educados.

Todos mis libros tienen la base antropológica y psicológica de la mirada humanista existencial de la logoterapia de Viktor Frankl y los autores existencialistas que lo inspiraron y completan su modelo, como son Irvin Yalom, Rollo May, Ludwig Binswanger, y los filósofos existencialistas Heidegger, Husserl, Martin Buber, Carlos Díaz, Mounier. El existencialismo plantea que el ser humano es un “ser-siendo”, es decir, que siempre es por lo que todavía no es, por lo que puede ser, por sus posibilidades. Por eso escribo este libro también con la ilusión y esperanza de que el lector pueda ser-siendo, pueda cambiar actitudes que lo ayuden a retomar la adultez en su vida. Ser-siendo es siempre posibilidad, porque nadie está ya hecho ni terminado, sino que nos vamos haciendo con nuestras acciones diarias. Lo escribo desde la esperanza de crecer juntos como sociedad. El ser-siendo es futuro, es creer y es confiar. No es un discurso fatalista de que “ya no puede hacer nada”. Precisamos salir de los discursos fatalistas que dan todo por terminado. “Fulano es así, no va a cambiar”. Claro que hay una esencia que se mantiene, pero siempre estamos cambiando para volver a ser los mismos. Estamos cambiando de pensamientos, palabras, vivencias, que nos van transformando. Heidegger describe las estructuras trascendentales a priori en el ser humano y estas son: “ser-siendo”, “ser-con-otros-seres” y “ser-en-el-mundo”. Es decir que no se puede pensar al ser humano como ya hecho, sino que siempre está siendo, que es un ser con otros seres. Nadie se hace humano solo y no se puede pensar al ser humano (dasein, como lo llama Heidegger) sin el mundo, no hay ser sin mundo ni mundo sin ser. Somos nosotros quienes vamos moldeando al mundo que, a su vez, nos moldea.

Como ejercicio para entrar al libro, te pido que respires conmigo ahora, treinta segundos, respiro otros treinta segundos, acepto y me dispongo a leer con curiosidad, a no juzgar, a dejarme cuestionar y a animarme a cambiar.

Estamos viviendo una época en la que nadie se hace cargo de nada, nadie quiere hacerse cargo y eludimos responsabilidades. Las redes sociales, las estrellas de esta época, son especialistas en el anonimato; personas ocultas en perfiles falsos insultan, agreden o comentan sin hacerse cargo de nada. Todo el mundo dice “hay que cambiar”, pero mejor que cambie el otro. Deposito mi felicidad en el afuera: “si mi esposo/a cambiara”, “si mi jefe hiciera esto distinto”. Nos transformamos en víctimas cada vez que caemos en esa actitud, porque diluimos nuestra cuota de responsabilidad. Precisamos ser responsables, es decir, responder a la vida con nuestras acciones. Pero eso da miedo y preferimos entonces evadir y que otro decida por nosotros, con lo cual terminamos en depresiones, conformismos, burn out, es decir, agotamiento. Si hacemos algo porque nos dicen que lo hagamos o para que no nos rezonguen, entonces terminamos siendo y trabajando como niños que no han madurado. Por todo esto, y muchos aspectos más que desarrollaré en el libro, es que precisamos adultos.

Se precisan adultos

Adultos que dejen de ser niños, adultos que no hagan rabietas a sus hijos, que puedan sostener las rabietas de los niños y adolescentes, de los funcionarios o empleados del trabajo. Se precisan adultos fuertes que puedan hospedar los dolores de los hijos, solo así conocerán la felicidad. Si evitamos que sufran, evitamos que crezcan en empatía y en solidaridad. Si evitamos el esfuerzo, los dejamos frágiles para los dolores que vendrán. Se precisan adultos disponibles emocionalmente, con escucha comprometida en las emociones de sus alumnos, hijos, compañeros de trabajo. Se precisan adultos orgullosos de la vida que viven, amando la vida con lo que nos depara cada día. Abrazando los conflictos para enfrentarlos y enseñando con el ejemplo que la vida incluye el conflicto. Felicidad incluye sufrimiento, como el día y la noche incluyen la luz y la oscuridad.

Se precisan adultos alegres, que transmitan a los demás las ganas de vivir, que inspiren con su propia vida, que inviten a crecer, no que asfixien con la queja cotidiana del “no se puede”, “siempre igual” o “me da lo mismo”.

Se precisan adultos que enfrenten la difícil empresa de vivir, que valoren la vida de sus mayores, que celebren los trabajos que tienen o la búsqueda del trabajo, para animar a los adolescentes a un futuro, que es nuestro presente. Que no congelen a sus hijos con una imagen de adulto que no invita a crecer. Invitamos al futuro con el ejemplo mismo de cada día. Más que escucharnos, nuestros hijos, empleados o alumnos nos miran. Están mirándonos y ya estamos liderando y educando desde esa mirada. El mejor tutorial de YouTube para que nuestros hijos sean felices somos nosotros, nuestra carita al llegar a casa.

Se precisan adultos que sean adultos –valga la redundancia–, que dejen de ser hijos de sus padres para ser padres de sus hijos, de sus proyectos de su porvenir. Yo soy “hijo” cuando reclamo, soy “hijo” cuando no perdono, soy “hijo” si todavía estoy esperando que mi infancia sea distinta de la que fue. Hay gente que dice “yo no quiero que mi hijo sufra lo que yo sufrí”, no va a sufrir lo mismo que sufrimos nosotros, pero si no sufre no crece, si no sufre es un psicópata, para decirlo en términos más duros. Si sufre es porque está vivo y es porque le importa lo que le pasó. Yo soy “hijo” si creo que mi jefe me manda. Nadie te manda ni sos mandado. Ser adulto es aceptar que tengo un trabajo en el que hay una jerarquía y tengo un jefe que ordena tareas, pero eso no me quita la libertad interior de responder a mi tarea con dignidad.

En un mundo hiper joven, hiper light, hiper cool, hiper presente, de touch and go, forever young, precisamos que los adultos se queden aquí, que acepten con curiosidad los dolores de sus hijos y abracen la vida en su complejidad, que no eviten vivir, que no prevengan vivir. No se puede prevenir todo. Que la confianza le gane al miedo, que el miedo le gane al riesgo, adultos que se animen a correr el riesgo de vivir.

Se precisan adultos que no reclamen su pasado, que no deseen tener una infancia distinta de la que tuvieron, que acepten los dolores de los hijos, sin esperar ser queridos por ellos. Nuestra autoestima no se puede nutrir del amor de nuestro hijo, del like que me va a poner él. Porque, si es así, el niño queda inmaduro y uno mismo queda atrapado.

En un mundo de adultos frágiles, se precisan adultos adultos, no niños inmaduros, eternamente reclamando, eternamente sufriendo y contagiando miedo a las futuras generaciones.

Dice Mario Narodowski en su libro Un mundo sin adultos: “30 años atrás el docente tenía autoridad y legitimidad frente a su alumnado, solo por ser adulto”. Hoy día debe ganarse la legitimidad en cada hora de clase, ¿cómo no va a estar estresado? También padre y madre en la casa quieren comprar esa legitimidad, ¿a qué costo? Un alto costo económico muchas veces (comprar lo que yo no tuve, comprar para evitar o tapar rabieta), costo afectivo y emocional, costo de perder la pareja en el camino.

Se precisan adultos legítimos, tranquilos, con paz, con cariño, educando con ese cansancio amoroso necesario. Adultos que desempeñen su rol con responsabilidad, con actitud de escucha y de liderar su propia vida, no individuos que hacen algo porque los mandaron o para que papá o el jefe no lo moleste más.

Se precisan adultos con esperanza, adultos, en fin, adultos, por favor, adultos. No sea cosa que los adolescentes tengan la doble tarea hoy día de vivir su adolescencia y todavía ayudar a sus padres a que crezcan. Escribo este libro con esperanza, esa es la palabra clave. La virtud que todo profesor aprende con un alumno: la esperanza de que nuestros hijos sean adultos, que transformen el mundo que les tocó y que no se queden esperando que alguien les diga lo que tienen que hacer.

La esperanza está relacionada con los sueños, como dice el poeta Hölderlin “… que así el adulto mantenga lo que de niño prometió”. ¿Qué sueño de niños aún no cumplimos? Precisamos sueños y proyectos para crecer, para querer crecer. Y padres, profesores, jefes, gerentes, en fin, líderes que contagien ganas de vivir y que lideren inspirando desde la esperanza. El adulto es alguien que es capaz de discernir en calma y puede decir que sí y decir que no. Puede dar regalos, caramelos, un día libre en el trabajo, pero también dice que no. “Ahora no” al caramelo o a irse más temprano del trabajo. Un líder puede decir: “Hoy te preciso”. Y uno tiene la libertad de elegir. Pero siempre que opto, estoy haciéndome cargo, estoy forjando mi carácter y mi personalidad. Cuando uno es niño se enoja con el padre o la madre que no le da el caramelo, pero a medida que crecemos podemos entender que hoy el jefe no me puede dar libre. De eso se trata ser adultos, de madurar emocionalmente para pedir si tengo que pedir, pero aceptar con humildad, dignidad y entereza emocional si algo no se puede dar. Porque sé que cuando se pueda, mi jefe o maestro me dará lo que le pido, pero si no, entonces “haré de tripas corazón”, como dice el dicho, para poder hospedar esa frustración puntual y seguir. No es contra mí, no es siempre conmigo, salgo del yoismo para poder ponerme en el lugar del otro, de mi padre, de mi profesor o del gerente y entender por qué me dice que no. Liderar implica esta escucha de las emociones del otro. En tu vida laboral recordarás muchos jefes que odiaste y, sin embargo, te ayudaron a ser más fuerte, a ser perseverante, a crecer.

Cuántos “adultos” le dan al niño lo que ellos no tuvieron, con lo cual lo condenan a la falta de deseo, la falta de esperanza y de esfuerzo para lograr algo. Si ya tiene todo, ¿cómo va a desear? O, peor aún, terminan dándole algo antes de que lo desee, como cuando un padre le da de comer antes de que el niño abra la boca o estando lleno. Un liderazgo adulto ayuda a aceptar que no se puede todo y no se puede todo ya. Eso ayudará a alimentar el alma y el espíritu para cuando la vida nos ponga dolores o épocas difíciles para enfrentar.

El adulto adulto está en paz con su historia, ya hizo el duelo y aceptó que sus padres “hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tuvieron”. Es un adulto que perdona y agradece, que entiende que los viejos dejaron el alma, pero que también se equivocaron; o sea, es un adulto que entiende la fragilidad y el límite de sus padres. Tenemos pacientes guiados por el fatalismo y el determinismo afirmando: “si mi padre no hubiese hecho lo que hizo, yo no hubiese salido como salí…”. Este pensamiento es fatalista porque detiene el tiempo, la persona se congela en su proceso de crecimiento y alimenta heridas en la familia. Alimenta reclamos y no permite comprender que el verdadero sentido de la vida pasa por agradecer de dónde venimos, para que nuestros hijos sientan que hay un “hilo de sentido” que viene de los abuelos, de los padres y que continúa con nosotros. Ser adulto es entender esto, para dar paz a los mayores, para poder uno hacerse cargo. Es un duelo que hay que hacer porque eso implica “dejar de ser hijo”. Aunque a veces queremos seguir siendo “hijo”, queremos seguir reclamando. Seguimos pidiendo, seguimos golpeando en la mesa: “es injusto mamá a él/ella le diste más que a mí”. Nos encontramos muchas veces con gente grande, crecida en edad cronológica, pero no en edad espiritual, que sigue reclamando. Dejar de ser hijo es dejar de reclamar, dejar de esperar que papá me eduque y en el trabajo es dejar de creer que mi jefe me manda. Nadie te manda, tu jefe tiene una responsabilidad que es marcar una tarea y guiarte para que la puedas terminar en tiempo y forma. Pero no puede estar siempre “marcándote”, porque eso lo agota y te deja a ti inmaduro esperando que te den la orden. Ser adulto es crecer en todas las áreas y dimensiones de la vida, como hijo, como padre, como compañero, como amigo, como jefe, como gerente, como profesor, como ciudadano. Seguir siendo hijo es quedar esperando que me den, esperando que “descubran mi potencial”.

En nuestro rol como ciudadanos debemos crecer y ser responsables en la forma de resolver los conflictos. En estos últimos años hemos visto a través de la televisión cómo dos personas se golpean porque tuvieron un pequeño accidente de tránsito o padres que se insultan en la puerta del liceo ¿Cómo resolvemos los conflictos? ¿Qué ven nuestros hijos? Lo que ven es que no hay adultos, sino nenes grandes que se pelean igual que ellos, solo que por distintos temas. Con ese ejemplo, ¿cómo van a querer crecer? No pueden crecer si no tienen un modelo de adulto que invite a crecer. Y un modelo que invita a crecer es un modelo de persona que es capaz de “autorregular” sus emociones. El niño a los cinco años ya tiene esta capacidad para autorregularse, pero precisa del adulto que lo ayude para lograrlo, no puede hacerlo solo. Estamos presenciando hechos sociales graves, “un mundo sin adultos”. Falta esa característica del adulto maduro emocionalmente que es la calma, la templanza, el pensar antes de actuar, el no responder agresivamente, la pausa para esperar, la pausa para tratar de entender lo que el otro quiso decir y, aun así, tener la libertad de responder con amabilidad, incluso si el otro se ofendió y me está insultando.

Hace poco leí una investigación muy interesante, resultado de una serie de entrevistas a padres. Estos contaban que cuando van con sus hijos en el auto, suelen no responder a las agresiones de los demás. Pero que cuando van solos, tienden a “desquiciarse”, gritar o agredir. Es interesante observar que cuando hay un otro que estoy educando, no puedo reaccionar por cualquier cosa, porque ese niño o adolescente me está mirando actuar y le estoy enseñando con mis actitudes. La presencia del otro me ayuda a “frenarme”, es decir, a pensar antes de actuar (autorregulación emocional) para no reaccionar y quedar luego preso de mis impulsos. A lo largo del libro, se repetirá esta idea de que ser adulto es ser capaz de autorregularse, cosa que ocurre cada vez menos (no es un lamento, es una observación y constatación de tantas entr...


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