La eterna promesa X

El fútbol hace milagros.

Ya lo dijo Riquelme cuando le preguntaron sobre cómo le había ido con las mujeres: "El fútbol hace cosas que son increíbles". La gente sabía quién era yo. O más bien la gente del club. O mejor dicho, algunos fanáticos del club. ¿Los funcionarios del club? Bueno… en fin… muy pocos. Pero digamos que a 1 de cada 100 le sonaba mi nombre. Me olvidé de un cero.

Mi corte de pelo, mi gusto por la ropa… mi estilo, digamos, es europeo. Debe ser porque sigo a mucho football player en Instagram y eso me afecta, pero estoy para pelearle cabeza a cabeza al ‘Pelado’ Cáceres y a José María Giménez.

Aprovechando el fin de semana libre que mi dopaje positivo me había dado, decidí comprobar si Román tenía razón. Sudamérica sería mi destino, no el continente, el boliche. No por elección, por descarte.

Para despistados o afortunados que no sepan de qué hablo, Sudamérica es un local bailable cerca del Palacio Legislativo que bien podría ser un zoológico, pero humano.

Algunos conocidos me habían comentado que con mi pinta a muchos lugares no iba a entrar, “ni sueñes con Pocitos, Punta Carretas y Cordón Soho”. Se ve que no saben nada de moda por esas zonas… Problemas tenemos todos.

Viernes cálido en la ciudad de Montevideo. Al caer la noche enfilé bañado en perfume para el baile. Alguna copa de más con un señor que andaba por ahí me dejó entonado. Ya la vergüenza era menos.

Acodado a la barra como Fabián O’Neill miraba a todo lo que pasara. Sin discriminar. “¿Quién soy yo para juzgar?” leí una vez en un tatuaje hecho en la nuca de un compañero. Acá un 5 puntos es modelo. Y digamos que yo con mi carita tampoco estaba para exigir mucho.

Charlé con alguna que otra, las invité unos tragos y todas ellas, sin excepción, al terminarlo, siguieron su curso. ¿Se podría denominar como una estafa? Sí. Y la defensa descansa, su señoría. Igual, la esperanza es lo último que se pierde. Si sabré de eso.

Ya el reloj marcaba las 4 AM cuando no hacía diferencias, todo valía. Es que ni siquiera diferenciaba rostros, salvo que todas tuvieran dos cabezas. Por ahí vi a una morocha, alta y bien vestida. La tomé de la cintura y se dio vuelta sorprendida.

Lejos de rechazarme como tantas otras, me miró como si me conociera. Le pregunté de dónde era, qué hacía una chica tan linda sola y otros piropos baratos que me llegan por SMS. Ni me contestaba alegre ni me rechazaba, era raro.

Ahí, como para ganármela del todo, le dije quién era yo. ¿No me reconocés? Soy el 38 de… ¡¿Para qué!? Su mente hizo click, su cara de princesa se cambió por una de ogro, como en Shrek después de las 12, y a los gritos me dijo: “¡Yo sabía que de algún lado te sacaba! Esto no va a quedar acá, ¡mi padre se va a enterar de esto!” y se fue rebuznando.

¡Loca! Les dije que era como un zoo… Poco me importó igual. Salió el sol y me fui a mi casa invicto. Como si de estadística de pases se tratara: 0 de 50. Y me fui al paso, cuestión de hacer un regenerativo.

Al otro día me desperté con quince llamadas perdidas del presidente. Se imaginan el desenlace… Sí, era su hija… Otro papelón en mi carrera, una salida nocturna durante mi sanción, multa económica, odio del presi y otra muestra más de que no soy más que una eterna promesa.


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