La eterna promesa XXI

¡Para vos, mamá!

Me tenía fe desde el principio de semana, hablé con el que me da la ropa Nike y le dije que me hiciera una remera con dedicatoria para mi mamá. Por primera vez no pasaba con ella un día de la madre, tenía que hacer algo al respecto. ¿Les conté que se tuvo que volver a Uruguay? Hubo unos problemas con los papeles y viajó para allá a hacer los trámites correspondientes. La extraño más que al vino en caja cortado con Sprite. Digo… más que a nada en el mundo. El domingo seguro hago un gol, repetí hasta el hartazgo. Y de hecho, era solo seguir con la racha. Soy el goleador del equipo, estoy hecho un horse on fire, 14 goles en 20 partidos que llevamos en la temporada. Mi camiseta, la maldita 38, es la más vendida del club. Se imaginarán por dónde anda mi ego… A la par del rascacielos en el que vivo. No me pidan que me cotice en este momento porque tengo miedo de humillar a Neymar. ¿200 millones de Euros pagó el Paris Saint Germain por él? ¡Una ganga! A mí ofreceme 300 para que te atienda el teléfono. ¿Balón de oro? No me quiero apurar pero me parece que este año comparto podio con Cris y Lio. En fin. Llegó el partido y como dice el artista, escritor, filósofo y pensador contemporáneo uruguayo Marcos Da Costa: “¡prepará el salón que hay fiesta!”. Me puse la pilcha especial y arriba la 38, la favorita de los niños. Titular, por supuesto. Antes de salir a calentar, llamé a la vieja y le dije que prendiera la tele que le quería regalar algo. Dos minutos de partido y ya iba avisando: tremendo zapatazo cruzado que el arquero sacó del ángulo. A los 15’ me animé con un córner olímpico, a lo Recoba, como aquel que un día les conté, pero un poco mejor. Pegó en el travesaño. Por simular una falta intrascendente me gané la amarilla. Bien botón este juez… Pero bueno, todo lo que hago ahora se mira con lupa, como le pasa a Cristiano, me tienen envidian por ser rico, guapo y un gran jugador. Entretiempo 0-0. Me quedan 45 minutos más. Probé de afuera, de cerca, de lejos, de más lejos, de cabeza, de derecha, como se les ocurra, pero nada. Inspirado el creador cuando hizo a ese golero, estaba infernal. Era un muro. Quedaban 10 cuando saqué a relucir toda mi técnica y gambeta. Tenía que ser en esa, un gol ganador y el festejo preparado. Recibí por derecha y amagando que iba a rematar cada vez fui dejando a uno, a dos, a tres y pisé el área. Cuadrado y equis, para los contemporáneos del PlayStation. Carlitos Grossmüller estaría orgulloso de ver cómo lo imito. Quedé de guapo con espacio para patear pero para que fuera más lindo el gol quise sacarme al último marcador de arriba. Mismo amague y cuando voy a pasar me toca el pie de apoyo y sin siquiera querer, me caigo. Penal clarísimo, acá y en la China. Ah no, ese dicho no va más, estoy en China. Pita el árbitro y desde el piso lo miro al juez para confirmar lo obvio: penal. Pues no. Veo que enfila hacia mí propinando gritos en ese idioma que sigo sin entender ni una palabra, me señala y me hace un gesto como para que me pare. Levanto este cuerpo bonito esculpido a mano y acto seguido el juez me saca amarilla. La segunda. Roja. Cobró simulación de nuevo. ¿Y mi penal? ¿Y mi gol? ¿Y Candela? ¿Y la moto? Y la moto se me fue a mí, le dije todo menos “gracias” y me fui rebuznando y gesticulando cual borracho violento. Me saqué la 38 y la tiré al carajo de la bronca. Cuando estaba por entrar al túnel me vi el pecho y tenía la remera de la dedicatoria. ¡Qué vergüenza, hermano! La cámara me agarró justito y se vio en primer plano como insultaba sin parar portando una remera que decía “para vos, mamá”. Un papelón. Dos horas por teléfono con ella retándome por el tétrico show que había hecho. Le arruiné su día por completo. ¡Perdón! Hoy ya es martes, capaz se te pasó, así que: ¡Feliz día, mamá! ¡Te amo!


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