La Eterna Promesa XXXVI

Siempre que llovió, paró.

Nacer. Ser, no ser. Crecer. Aprender haciendo. Haciendo y siendo. No siendo lo que quieren que seamos. Siendo lo que nosotros queremos ser. Siendo, por qué no, algo más de lo que queremos ser. Esa es la forma más auténtica de ser. ¿Si estoy bien? No. ¿Si estoy drogado? Tampoco. ¿Qué pasa? ¿No les gustó? Bien que si lo decía Paulo Coelho igual se lo tatuaban… ¿Se animan a hacer una publicación en Facebook con esta frase y poner “#LaEternaPromesa” abajo? Por favor. Así lo ve mi abuela… A todo esto vengo estirando mi debut en el Grasshopper como un tartamudo estira un piropo. Lo vengo demorando cual ‘Coco’ Conde un saque de arco. Pasa que conseguir esos papeles estuvo más complicado que ganarle a Cerro Largo en Melo. Pero bueno, amenaza mediante los chinos se pusieron las pilas. Es hoy. Debutó el tano Daniele De Rossi en La Bombonera y no voy a dejar que me robe los flashes. Pasante de un medio periodístico deportivo, tenga su titular: “Joya uruguaya brilla Suiza”. El partido ni empezó, pero ya sé que voy a brillar y no por mi ausencia. ¿Se acuerdan todo lo que les dije el cuento pasado sobre la previa? Bueno, todo eso de nuevo. Concentración, El Marginal, estoy re picante, desvelo, desayuno, mate, almuerzo liviano, charla técnica, bus al estadio, auriculares, foto pala’ historia de Instagram, la 10 en el vestuario y al calentamiento. Ahora sí. La gente está contenta… Intento concentrarme en los ejercicios precompetitivos pero tanto aplauso me distrae. Creo que encontré mi lugar en el mundo… Me quieren y ni jugué… “El plancha que conquistó Suiza” le voy a poner a la autobiografía que nunca voy a escribir. Vuelta al vestuario y calzarse al fin la 10. Mi 10. ¡Me queda pintada! ¿Está hecha a medida? El espejo me dice que estoy hermoso, el capitán me alienta en un idioma que obviamente no entiendo y a jugar. El arranque nunca es fácil, siempre estás un poco nervioso y sabés que tu primera jugada te va a marcar el resto del partido. Aseguro y de a poco me voy dejando llevar… Me voy soltando como el tío borracho en un casamiento… Ya a los 15 minutos tiro un caño hermoso que pasa limpito para poner a la hinchada de pie. ¿Qué hacían sentados? ¡Esto es sangre uruguaya, my friends! Y me enciendo por dentro… Zapatazo de treinta metros y ¡ping! suena el travesaño. Qué lindo se pone esto… Mis compañeros me las dan todas, saben que estoy con la flechita para arriba. Otro caño, una pared, dejo solo al nueve pero ataja bien el golero. 0-0. Por ahora… Todo no puedo hacer… ¿O sí? Se va el primer tiempo. ¿Y si hago la individual? Arranco por la izquierda y tomo la diagonal hacia el arco a pierna cambiada. Viene uno de costado y ¡tac! pared con el cinco. Aparece otro marcador, doble pisada y un besito bien grande. Coma pasto usted que es vegetariano. Siento que alguien me respira atrás y pongo cuarta para despegarme en velocidad. Paso también al zaguero y así como quien no quiere la cosa: cara a cara con el arquero. “Somos tú y yo” diría el Lolo. Hago el gesto de que le voy a romper el arco pero en vez de rematar paso el pie por el costado de la pelota. Arquero al piso por el amague y la mesa está servida. Sonrío. La jopeo con la clase de Zidane y ahí tienen, señoras y señores suizos, pasajeros de este precioso viaje llamado #LaEternaPromesa, una pequeña muestra de lo que soy capaz. ¡QUÉ GOLAZO QUE HICE, VIEJITA! El festejo es acorde al gol, por supuesto: hago el mismo gesto que un actor al terminar su obra de teatro. De nada, Saltamontes, ustedes se lo ganaron. Sí, guarden la entrada que a sus hijos y nietos les van a contar lo que vivieron: “Una vez un uruguayo vino acá y en el debut hizo un gol que ni Maradona ni Messi”. En el segundo tiempo fui yo de pelo lacio y muela de oro. Pero no quería mostrar mi repertorio completo, mejor vamos de a poco. Preferí que quedara el recuerdo de ese gol, por lo que me dediqué a divertirme. Caños, bicicletas, pases sin mirar, risas cómplices y una hermosa conexión con el hincha. ¿Querían show? Ahí tienen. A los 80’ salí aburrido de tanto pintarle la cara a los rivales. Ovación cerrada, me doy unos golpes en el corazón como para llenar de humo el estadio y después aplaudo agradeciendo. El DT me mira como quién mira a su novia en los primeros meses de romance, los suplentes me felicitan a lo NBA y me voy manso como la yara a sentarme al banco. ¡Que me quiten lo bailado! Nunca nadie usó tan bien esa frase, que quede claro. Literal, literal. Pitazo final. 1-0. El golero rival no puede ni levantar la cabeza. Entendible, es la humillación. Ánimo compañero, que la vida puede más. Jugador del partido, fotos, firmas, intentos de entrevistas que fracasan por el idioma y a casa sintiéndome el puto amo. ¡Me revienta el Instagram! ¡Se me dio! ¿Querían final triste? ¿Pensaban que venía un giro inesperado para que esto terminara en fracaso? ¡No! Otra vez será, haters. Hoy la suerte me dio un abrazo. ¿Podemos cerrar con un tema para musicalizar? ¿No? Ya sé que esto no es un programa de radio, pero pensé que se podía… Estamos en 2019… En fin. ¿Me hacen el favor de regalarse “Mi país” de Ruben Rada? No tiene nada que ver con el cuento, pero se extraña el paisito y ese tema me eriza hasta los pelos de la nariz. ¡Hasta el martes que viene! Los quiero y sé que ustedes a mí. Básicamente porque si no me quisieran no estarían leyendo estos cuentos… Jeje. Si no les contesto en Instagram ya saben por qué es…


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