Las víctimas muchas veces no pueden reconocerse como tales y muchos menos explicar o denunciar ante otros.
Elegir la palabra del año no debería ser una tarea sencilla. Sin embargo -mediante diferentes criterios que pueden ir desde la votación, hasta la elección del público o las métricas del aumento de las búsquedas- algunos diccionarios se embarcan en esta tarea.
El diccionario Merriam-Webster tuvo una final reñida para la elección de su palabra del año. Se disputaron el puesto “ómicron”, “reina consorte” y “oligarca”. Pero finalmente la elegida fue “gaslighting”.
Gaslighting podría traducirse al español como “luz de gas” o “iluminación de gas”, pero tiene poco que ver con aspectos luminosos de la experiencia humana, es más bien todo lo contrario.
Se le llama de esta forma a un tipo de abuso y violencia emocional que se refiere “al acto o la práctica de engañar gravemente a alguien, especialmente para una ventaja personal”.
El origen de este término es bastante particular: surgió del título de una obra de teatro de 1938. En esta obra, que luego se convirtió en una oscarizada película, trata sobre un hombre que intenta hacerle creer a su esposa que se está volviendo loca. Y para eso utiliza las luces de gas de en su casa.
Hoy el término evolucionó. Esencialmente significa lo mismo que hace 84 años, pero adoptó nuevas maneras de manifestarse, sobre todo en el núcleo de una pareja amorosa donde uno de los integrantes busca manipular al otro poniendo en tela de juicio todo lo que la otra persona dice o hace.
Es así que frases como “eso que decís nunca sucedió”, “eres demasiado sensible”, “tenés una memoria terrible” o “lamento que sientas que te lastimé” se vuelven bastante recurrentes para empujar al otro hacia la sensación de exageración o paranoia constante.
Esto no termina acá. Según la Asociación Americana de Psicología, el gaslighting también puede darse de padres a hijos y es más común de lo que parece. “Hacer luz de gas implica jugar con las relaciones de poder, por lo que en un hogar es probable que ocurra entre un padre y un hijo, o entre un hermano mayor y uno menor o una madre a su hija, entre algunas opciones”, explicó a El País de Madrid la directora asociada del Centro de Inteligencia Emocional de Yale.
El gaslighting es particularmente peligroso porque suele ser un abuso muy sutil que no expone al agresor, pero puede tener consecuencias fatales para las víctimas, que muchas veces no pueden reconocerse como tales y muchos menos explicar o denunciar ante otros.
“El agresor, mediante la táctica luz de gas, pretende provocar dudas e incertidumbre; algo muy perjudicial en la víctima, que llega a dudar de la realidad, por lo que puede experimentar ansiedad, depresión, baja autoestima, desorientación, pensamientos suicidas y un miedo hiperbolizado al peligro”, agregó la experta.
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