La ciencia cree que nuestro cerebro trabaja en base a suposiciones para ser más rápido y eficiente.
Cada tanto las redes sociales se vuelven a llenar de fotos como estas. Y la pregunta siempre es la misma: ¿qué pasa con ese rostro?
La respuesta hay que ir a buscarla a los anales de la neurociencia. Fue el profesor británico Peter Thompson el que propuso en 1980 un nombre para esta ilusión óptica, el efecto Thatcher.
En la nota del Departamento de Psicología de la Universidad de York donde se expone la teoría, Thompson adjuntó dos imágenes de la exprimera ministra británica y en una de ellas tanto su boca como sus ojos están invertidos. El detalle es difícil de percibir si nadie te da una pista, pero el documento no ahonda en explicaciones sobre por qué ocurre. De hecho, Thompson termina su trabajo diciendo que se necesitan investigaciones a futuro para entender mejor cómo es posible que nuestro cerebro interprete la lectura de los rostros aún cuando están distorsionados.
Efectivamente, esas investigaciones llegaron un tiempo después y ahora la ciencia tiene algunas respuestas que podrían explicar el efecto, aunque como todo lo vinculado al estudio del cerebro, no hay nada absolutamente concluyente.
Parece ser que, como estrategia de sobrevivencia evolutiva, nuestros cerebros siempre están buscando rostros. Tanto es así que un psicólogo de la Universidad de Yale escribió que “el cerebro humano está cableado para reconocer rostros”. El experto señala que "si hay un rostro cerca, hay una mente cerca. Y eso significa que hay alguien que potencialmente puede causarte mucho bien o mucho daño".
Por eso, a lo largo de la historia evolutiva, nuestro cerebro siempre se esforzó por codificar y entender los rostros a pesar de los obstáculos, una característica que sigue definiendo incluso a los seres humanos de hoy.
Las expresiones faciales son esenciales para la comunicación social. De esta forma, el cerebro aprende a evaluar las expresiones rápido y con poca información.
Algo similar sucede con la llamada pareidolia, un fenómeno que nos lleva a ver caras en todas partes, incluso en objetos inanimados.
Pero volviendo al efecto Thatcher, la ciencia cree que nuestro cerebro trabaja en base a suposiciones para ser más rápido y eficiente. Cuando observamos un rostro según nuestros modelos mentales previos, podemos discernir entre diferencias menores casi sin esfuerzo. Como por ejemplo, la forma de la nariz o el color de los ojos.
Pero cuando nos enfrentamos a un rostro que no respeta nuestros modelos mentales previos, por ejemplo porque la frente está abajo y no arriba como en todas las cabezas que conocemos, nos volvemos menos sensibles a las variaciones que hacen a cada rostro único y por eso nos cuesta trabajo darnos cuenta que hay algo mal en las fotografías del efecto Thatcher.
En los últimos años, los investigadores buscaron recabar más información sobre el alcance y los límites del efecto Thatcher. Descubrieron así que algunos primates son igual de sensibles a esta ilusión que las personas. También que el efecto puede replicarse con otros elementos, como letras, por lo que no es exclusivo de los rostros.
