Los "contaminantes zombis" que ya no se utilizan, pero siguen afectando al medio ambiente

Conocé los detalles y las consecuencias de estos compuestos orgánicos persistentes a partir del informe.

En enero de 2016 la noticia recorrió el mundo. La orca Lulú, uno de los nueve ejemplares de este animal que quedaban habitando los mares británicos, apareció muerta enredada en hilos de pesca. Pero un análisis post mortem arrojó un dato mucho más desesperanzador: la grasa de la orca tenía niveles de contaminantes químicos 100 veces más altos que la mayoría de los cetáceos.

Este análisis llamó particularmente la atención de los científicos porque el contaminante químico que más se encontró en el cuerpo de Lulú fue el PCB, un producto químico industrial que se fabricó desde 1929 hasta 1979, cuando fue prohibido.

Para algunos investigadores esto no fue una sorpresa.

Como muchos ya saben en 2004 entró en vigor el Convenio de Estocolmo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Fue firmado por 183 países, entre ellos Uruguay. Lo que quizás muchos no sepan es que, entre otras razones, hubo un grupo de sustancias que impulsó la creación de este acuerdo.

Los PCB forman parte de los llamados contaminantes orgánicos persistentes. Se trata, según detalla el portal especializado OpenMind, de “compuestos dañinos que continúan polucionando el medio ambiente durante años incluso si ya no se fabrican; contaminantes que, como los clásicos zombis de la ficción, siguen amenazándonos después de muertos”.

Los PCB son apenas algunos de estos compuestos químicos prohibidos, letales y todavía presentes en el medio ambiente. Si bien muchos de ellos como el tetraetilo de plomo, que se usaba para fabricar gasolina hasta 1986 cuando fue vetado, han descendido de forma contundente su presencia en el aire y el agua, muchos otros no son tan fáciles de borrar. En la mayoría de los casos el daño es perpetuo porque se trata de productos que fueron fabricados, distribuidos y utilizados a una escala masiva antes de conocer sus peligros.

Dentro de esta extensa lista, el caso más conocido es el del DDT. De hecho, este insecticida apareció por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial y se promocionó como un “producto milagroso”. Pocos años después se comprobaron sus efectos nocivos para el medio ambiente y la salud humana y fue prohibido. Pero no alcanzó. Para entonces su presencia se contaba de a toneladas en el mercado y como es insoluble en agua y soluble en grasas, su resistencia a la degradación es fuerte.

En vez de desaparecer, el DDT se acumuló en los tejidos grasos de los animales -matando peces y aves- hasta llegar al hombre. Hoy, el compuesto se detecta en sangre humana y está directamente relacionado a diversas enfermedades y hasta a la infertilidad. Su toxicidad es tal que sus daños pueden transmitirse de generación en generación a través de modificaciones químicas del ADN.

Algunos de estos contaminantes químicos se encuentran ahora adentro de millones de hogares en forma de componentes electrónicos y aparatos e instalaciones eléctricas. De hecho, según estimaciones de OpenMind “hay dos terceras partes de esta producción total que aún están esperando para liberarse al medio ambiente, ya que todavía se encuentran atrapadas en productos en uso, en almacenaje o en vertederos llamados históricos, aquellos donde la basura de todo tipo se acumulaba antes de las actuales regulaciones ambientales”. A estos se los conoce como “contaminantes heredados” y no son más que sustancias que actualmente están retiradas del mercado pero que continúan polucionando.

La situación, si bien tiene sus escollos, está mejor que hace algunas décadas. No obstante, los científicos insisten en que solo podrá limitarse esta contaminación heredada si todos los países del mundo la toman lo suficientemente en serio.

 


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