Venenos que curan: cómo la ciencia utiliza toxinas de animales para tratar enfermedades

Hay más de 20 millones de toxinas que esperan ser analizadas desde diversos campos de la ciencia para conocer sus potenciales usos medicinales.

Se estima que son más de 100.000 las especies animales que evolucionaron para producir su propio veneno. Se trata de sustancias perfectamente diseñadas por la naturaleza que mezclan proteínas y aminoácidos que se refinaron gracias a la evolución de las diferentes especies.

En la naturaleza, el veneno tiene un rol más que nada defensivo y para algunos animales es clave para su supervivencia porque garantiza la alimentación.

Pero la ciencia desde hace años trabaja en el uso de toxinas para tratar enfermedades. En este sentido, algunos investigadores en la materia son optimistas y aseguran que en los próximos diez años, la medicina estará en condiciones de presentar nuevos tratamientos para combatir enfermedades autoinmunes o el cáncer.

“En los venenos animales podría haber más de 20 millones de toxinas esperando a ser analizadas. El horizonte es inconmensurable. Los venenos ya inauguraron nuevas áreas de estudio en farmacología”, explica uno de los toxicólogos más prestigiosos de la Universidad de Chicago.

La primera vez que un veneno se aprobó para su uso en tratamiento humano fue en 1981. Se trató del captopril, un compuesto para el tratamiento de la hipertensión, fabricado a partir del veneno de la serpiente Bothrops Jararaca.

Desde entonces se aprobaron otros 11 compuestos derivados de venenos animales para su uso medicinal en humanos. Las toxinas suelen servir para tratamientos de trombosis e infartos de miocardio. Aunque todavía son poco frecuentes dentro de la industria medicinal.

Lo que sí suele suceder es que los venenos de animales sirvan para extraer moléculas eficientes en diversos tratamientos que luego se sintetizan para no tener que recurrir más a las fuentes limitadas de venenos en el mundo natural. A partir de eso, las moléculas se perfeccionan y mejoran artificialmente para optimizar su efectividad en los diversos tratamientos.

Otro veneno que tiene fines médicos proviene del llamado monstruo de Gila. Un lagarto que segrega exenatida, un compuesto que se utiliza en terapias de diabetes tipo 2. Al mismo tiempo, hay ensayos preliminares de esta misma toxina aplicada para mejorar la calidad de vida de pacientes con Parkinson.

En el fondo del mar descansa uno de los remedios más eficientes para el dolor crónico, uno incluso más potente que la morfina. Proviene del caracol marino Conus magus y a diferencia de otros opiáceos que se utilizan para tratar el dolor, este no genera dependencia ni tolerancia. Algo similar sucede con el veneno de tarántula, que en abril de 2020 pasó a ensayos clínicos en un fármaco diseñado por investigadores australianos.

Pero no solo la industria médica toma estos elementos peligrosos de la naturaleza, sino también la cosmética. Según detalla el portal especializado OpenMind, “en el momento actual la cosmética es el sector que más rédito obtiene de las toxinas animales. El ejemplo más evidente es la toxina botulínica o botox, aislada de una bacteria y cuyas ventas superan los 3.000 millones de dólares anuales”.

Hay más de 20 millones de toxinas que esperan ser analizadas desde diversos campos de la ciencia para conocer sus potenciales usos medicinales. Quizás allí están las respuestas a tratamientos impensados.


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