Más allá de la crisis política, empieza a existir consenso de que lo peor en la economía brasileña ya pasó.
Mientras podrían ser las últimas horas de Dilma Rousseff como presidente de Brasil, los inversores están atentos a cómo reaccionarán los mercados.
Brasil derrapó el año pasado. El PBI cayó casi 4 %, el desempleo comenzó a subir, las inversiones se detuvieron y la confianza de los consumidores tocó sus mínimos.
No era de esperar otra cosa, un país donde no se sabe quién va a gobernar, donde las finanzas públicas no tienen control: era imposible tomar decisiones de inversión o de contratación de personal por parte de las empresas. Sin embargo, parece que este panorama comienza a aclararse.
Las principales variables económicas frenaron su caída y todos están esperan un rebote. Esto se refleja en una mayor confianza tanto de los empresarios como de los consumidores