Enseñaban oficios a 400 reclusos y solicitaron un monto mensual de financiamiento de $50.000 al Gobierno, pero no lo obtuvieron.
El Almendro fue creado por un grupo de talleristas para darle herramientas y contención a reclusos. Se trataba del primer centro cultural que funcionaba en un centro de reclusión.
Comenzó en 2016 con 40 personas y alcanzó los 400 participantes.
El centro desde sus comienzos busca fondos para costear su funcionamiento. El pedido que le hicieron al Gobierno fue de $50.000 mensuales para los viáticos de los talleristas.
Ante la negativa de su pedido, en medio del hartazgo, resolvieron descontinuar el proyecto.
“No es una ayuda al preso. En realidad es una inversión en calidad humana en un lugar que necesitamos. La persona privada de libertad va a salir, y si no le brindamos las herramientas, volverá. Todos pagaremos las consecuencias de eso a lo que el Estado le está dando la espalda”, consideró Rocío Morales, una de las fundadoras.
