El guardián del tiempo: al cuidado de la hora en San José

Hugo se crió desde pequeño en la Basílica de San José de Mayo y ahora se encarga de cuidar el reloj del lugar.

El trabajo del reloj

La Catedral Basílica de San José de Mayo, construida en 1874, es un exponente de los estilos arquitectónicos predominantes en el siglo XIX y fue declarada monumento histórico en 1990.

En una de sus torres se encuentra un gran reloj artesanal, inaugurado el 25 de agosto de 1900 y motivo de legítimo orgullo de los maragatos.

Sus esferas fueron hechas por la misma fábrica del Big Ben y sus campanas pueden escucharse a 15 kilómetros a la redonda, marcando el ritmo de la vida en San José.

Nadie conoce la historia del reloj de la catedral como Néstor Enrique De León, a quien todos conocen como Hugo.

“Un sacerdote que había acá, reunió los fondos para comprar el reloj, entonces se le dio la plata a un señor don Luis De Amilibia, que era un buen relojero. Se le dio el dinero para que fuera a Europa a comprar el reloj.  En aquel tiempo se viajaba en barco y era muy lento el proceso, pero el hombre demoraba, demoraba demasiado y acá los comentarios empezaban a decir éste se nos fugó con la plata, se nos fue. No, el pobre hombre no conseguía para ensamblar que quepa todo dentro de acá de la torre, entonces en Suiza consiguió la máquina, en Londres consiguió las esferas, las que marcan que una va hacia la Plaza 33 y la otra al sur de calle 33. La campana grande en Barcelona y las campanas chicas en Roma, las que tocan los cuartos de hora. Así que como digo ‘de cada pueblo un paisano’”, narró.

Hugo se encarga del mantenimiento del reloj desde 1959, cuando tenía 20 años.

“58 años hace que atiendo el reloj. Y hasta hoy, hasta hoy de mañana, todos los días le estoy dando cuerda”, explicó.

Hugo llega todos los días en bicicleta a las 7:30, abre la reja de la catedral y sube la escalera para darle cuerda al reloj, además de verificar que todas las piezas y mecanismos estén en perfectas condiciones para marcar la hora oficial.

“Si hay que adelantarlo, lo adelanto. Hay un engranaje ahí que tengo que mover para poderlo adelantar, desconectar las campanas para que no suenen, sino van a decir se volvió loco el reloj o el relojero, tengo que desconectar las campanas, y si hay que atrasarlo solamente con parar el péndulo es suficiente”, indicó.

Ignorando sus 78 años, el fin de semana del Patrimonio, subió un total de 550 personas a conocer la maravillosa pieza de ingeniería.

“Subo 85 escalones todas las mañanas, a veces trato de subirlos un poquito corriendo para no achancharme mucho, a decir la verdad, trato de subirlos corriendo, es eso lo que mantiene y después la manija, para darle cuerda también se precisa fuerza porque son láminas de hierro las que hay que subir”, detalló.

Su rutina lo mantiene en forma, pero más importante aún, lo mantiene estrechamente unido a la iglesia que ha formado parte medular de su vida y que ha sido testigo de todos sus recuerdos.

“Fue mi segunda casa o mi primer casa podría decir porque yo a los siete años hasta que me casé era mi casa. Yo hacía de todo acá”, contó.

Una vida en la iglesia

Hugo nació en San José en 1939. Es hijo natural y, aunque conoció a su padre, nunca tuvo un vínculo estrecho con él. Se crió con su madre, que había quedado viuda años antes, y dos medias hermanas mayores.

A los siete años fue a vivir a la parroquia, donde su madre trabajaba como mucama y sus hermanas como cocineras, atendiendo a los ocho curas instalados en aquel entonces. Hugo ayudaba como monaguillo en las misas al padre Di Martino, quien le consiguió una pieza separada del resto de los muchachos que vivían en la iglesia.

“En esa pieza me crié desde los siete hasta los 22 años, que me casé y me fui a vivir a mi casa. La época más linda mía fue porque yo estaba y no estaba: era libre. Los otros muchachos no tenían que hacer fila porque estaban estudiando para sacerdotes, yo no, yo era el hijo de la cocinera y era libre, y me comía las partes más ricas por supuesto”, recordó Hugo.

Cuando tenía doce años, el renombrado artista italiano, Lino Dinetto, llegó a la ciudad para pintar los frescos la iglesia y Hugo fue su ayudante y modelo.

“De la pasarela no, era modelo de las pinturas de él. Me ponía un alba de esas que se ponen los sacerdotes para hacer la misa y me tenía que quedar quieto en una silla tirado así toda la mañana por ejemplo. Estoy en todos los ángeles porque era el modelo que tenían. Me daban unos pesos en aquel tiempo, unas moneditas de unas chanchitas de 20 centésimos por mes. Yo le ayudaba. Le tenía que tener las luces prendidas, los croquis y las pinturas. Le tenía los colores, los croquis, todo pronto”, explicó.

Hugo tuvo el honor de dar la primera pincelada en la iglesia junto a Dinetto.

“En el ángel donde dice ayutori et protetor noster, que es frente a la capilla del santísimo, pero ese cuadro no es el fresco, es directamente en la pared, que lo dimos entre los dos, la primer pincelada agarramos el pincel entre los dos y dimos el primer pincelazo para tener un recuerdo nada más”, detalló.

Hugo también fue ayudante de los cantores que pasaban por la catedral y aprendió a tocar el gran órgano.

La iglesia fue testigo del gran amor de su vida, Zulma, madre de sus cuatro hijos y su mujer por más de 30 años, hasta que falleció en 1990.

Hugo recuerda perfectamente el día que la conoció. Tenía 20 años y había ido a ver entrar a las muchachas al cine de matinée, enfrente a la casa parroquial, como hacía habitualmente.

“Por allá vi a una que me hizo temblar hasta el pelo, porque la vi y dije esa mujer me gusta mucho, no se me puede escapar. Me miró y ahí sí, ahí dije me voy al lado de ella. Entré al cine y ya estaba por empezar la película, la veo y cuando voy entrando, me voy acercando a ella, siento que piso y dije pisé un pedacito de butaca, porque tenían unos piecitos por debajo de la butaca, era el piecito de ella, ya empecé haciéndola sufrir de primera”, recordó.

Zulma y Hugo se casaron dos años después, en la misma catedral, cuando ella tenía 18 años y él 22.

“Fui muy feliz con ella. Lo único que puedo decir es eso. Muy feliz. Me dio cuatro hijos, tres varones y una mujer”, admitió Hugo.

En 1988, Zulma enfermó de cáncer y Hugo hizo todo lo que estuvo a su alcance para encontrar una cura, pero nada pudo salvarla.

El menor de sus hijos tenía siete años cuando falleció y ambos quedaron prácticamente solos porque los tres hijos más grandes ya se habían ido de la casa y estaban formando sus propias familias.

“Casi como morir yo fue, y mi hijo más chico fue el que la sintió más porque quedamos solos los dos… con el recuerdo. Porque quedamos en el mismo lugar, porque ella falleció en casa y en el mismo lugar quedamos los dos que sufrimos más. El único que se podía recostar yo a él y él a mí, nada más”, explicó.

Hugo era operador de cine y salió adelante trabajando completamente dedicado a sus hijos y sus nietos. Aunque tenía 51 años cuando falleció su mujer, nunca volvió a enamorarse o formar una pareja.

Hoy, con casi 80 años, sigue siendo parte de la vida de la catedral, testigo de las horas y protagonista del tiempo.

“Hasta Que dios quiera, hasta que Dios quiera, porque la fuerza me da. Si el patrón me dice ‘bueno hasta acá llegaste, Hugo’, respeto lo que dice él, pero sino voy a seguir, mientras que el cuerpo aguante la voluntad no me va a faltar”, sostuvo.


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