Una fe ciega: viendo más que debajo del agua

Ernesto Mattos perdió la vista en un accidente de tránsito e incorporó la natación a su vida. Ahora busca clasificar al Mundial paralímpico de natación en Brasil.

Ernesto Mattos tiene 46 años y es ciego desde los 26.

Siempre fue muy activo. Al igual que su padre, se recibió de técnico frigorista. Con 25 años tenía una buena posición económica, vivía con su tercera mujer y nacía su segundo hijo.

La pérdida

Ernesto tenía todo, menos tiempo, ya que siempre andaba corriendo, como aquel 22 de agosto de 1998, después de cerrar un almacén que abrió en Ciudad Vieja.

“Volvía a mi casa y un camión me cerró. Me di contra la cabecera de un puente a una gran velocidad, yo iba en moto. No paró, yo creí que iba a parar. De ahí para adelante lo que cuento es porque me dijeron y porque la Técnica y todo lo demás porque por la velocidad del impacto entré en coma de inmediato y ahí perdí la vista instantáneamente”, contó Ernesto.

Según le contaron, salió despedido de la moto y, aunque llevaba casco, el fuerte impacto provocó un movimiento de masa encefálica que le dañó los nervios ópticos, además de barrer su cara.

Los médicos de la emergencia móvil le hicieron reanimación en el lugar durante dos horas, tras lo cual lo entregaron en el Hospital de Clínicas.

“Tenía muerte por hipotermia o catalesia, como que el corazón late tan lento que no se siente con maquinaria. Me pusieron un respirador artificial y estuve tres meses y medio en coma profundo”, explicó.

Ernesto cree que la insistencia de su padre en no desconectarlo de las máquinas que lo mantenían vivo, a pesar de los diagnósticos desoladores, fue lo que verdaderamente lo salvó.

“Mi papá ateo totalmente se arrodilló al costado de mi camilla y dijo ‘si alguien existe en el cielo no me lo dejes ir’. Acá estoy con ustedes”, dijo.

Al salir del coma, Ernesto fue sometido a operaciones para reconstruir su rostro y además tuvo que enfrentarse con su ceguera, que creía temporal ya que nadie le había dicho la verdad.

Seis meses después, en una clínica privada le dijeron que su ceguera era irreversible, por lo cual quedaría ciego para el resto de su vida.

“Choqué de nuevo, choqué de nuevo con la realidad”, admitió.

Más allá del impacto, para Ernesto la falta de vista pasó a un segundo plano ya que en ese momento hubo tristezas peores que enfrentar.

“Estando casado me dijeron ‘no quiero seguir más contigo’, mi familia dijo: ‘no lo puedo tener’… Entonces quedó secundaria la visión ante el dolor familiar. No me esperaba de la familia que me rechazaran así de esa manera”, detalló.

“Al principio fue muy difícil. Fueron muchos días de llanto, de llorar lágrimas de sangre por ese rechazo, por cambiar totalmente la vida, pero después como que le puse ganas. Y creo que no culpé a nadie porque el haber perdido la vista y haber quedado sin visión, después de estar ganando $25.000 o $30.000, empezar a ganar $1.800, es impactante para el grupo familiar, no sólo para mí, entonces tampoco podés echarle la culpa a nadie”, indicó.

Salir de la depresión y la angustia le llevó a Ernesto casi dos años, hasta que todo empezó a cambiar.

“Encontré a mis pares. Pares le digo a las personas con discapacidad visual, que me mostraron que sí se puede salir adelante”, afirmó.

Con el tiempo, Ernesto entendió que antes del accidente, había desequilibrio en su vida.

“Esa vida acelerada, de mil por mil, y no prestarle atención tanto a la familia, en ese momento a mi mujer, a mis hijos. Cuando quedé ciego, me frenó. Me frenó muchas cosas y aprendí a valorar otras, aprendí a ver de otra manera”, reflexionó.

Buscando en el agua

Luego del accidente, Ernesto fue enviado al centro de rehabilitación Tiburcio Cachón, donde le recomendaron hacer algo recreativo y la opción fue natación, a fin de recuperar el desarrollo muscular perdido.

Años después, durante la inauguración de una piscina en San José, lo vio nadar el director de piscina de la Asociación Cristiana de Jóvenes y le dijo que estaba para algo más. Decidido a competir, Ernesto empezó a entrenar varias horas y varios días a la semana, esforzándose por aprender con explicaciones los ejemplos que no podía observar.

En 2009, participó en el Mundial de natación paralímpico en Buenos Aires, Argentina.

“De Brasil por ejemplo eran 200 o 300, de Chile, de todas partes del mundo, ninguno bajaba de 60 u 80 nadadores, y de Uruguay uno. Para mí fue un orgullo muy importante, cuando llamaron por los altoparlantes, de la República Oriental del Uruguay el señor Ernesto Mattos acaba de ganar la medalla de plata en los 200 metros libres y fue muy emocionante”, recordó.

Antes del Mundial, Ernesto había empezado a hacer travesías en mar abierto, con un acompañante en kayak o tabla de surf que lo guía con silbato de salvavidas.

“Es uno derecha, dos izquierda y de continuo me freno. No veo, pero oigo y oigo muy bien”, afirmó.

Su primera travesía fue en 2008, cuando nadó más de 8 kilómetros desde la playa Carrasco a la playa Pocitos, permaneciendo casi cuatro horas en el agua.

“No me daban los nervios, porque iba a nadar con gente que tenía vista, que tenía todo.  Fue muy lindo. Al principio se pudo decir ‘ah el cieguito en el agua… No, yo cieguito no. Yo nado a nivel de todo el mundo y quiero que se me premie por lo que hago. La natación me dio logros, desafíos, alegrías muy importantes”, sostuvo.

Metas

Ernesto tiene ahora por delante las travesías de mar abierto de verano y el Paralímpico Sudamericano en Lima, Perú, clasificatorio para el Mundial de Brasil, para lo cual necesita apoyo.

”No me pongo límites, los límites de los pone uno en la cabeza, todo se puede, todo se puede, simplemente hay que proponérselo y se logra”, consideró.

Ernesto vive de su pensión por discapacidad y su jubilación anticipada. Cuando no entrena, practica gorball, un juego de pelota con cascabeles para personas con discapacidad visual, donde lo que más disfruta es la parte social.

“El 9 de setiembre, que fue mi cumpleaños, dije ‘bueno de todos mis amigos voy a invitar 15 o 20 que seguro cinco o seis vienen’. Vinieron los 20, nunca creí que podía tener tanta gente que me quisiera”, confesó.

Tras casi dos décadas ciego, Ernesto está completamente adaptado a su discapacidad, pero le duele no poder ver el crecimiento de sus hijos con sus propios ojos.

“Ver a mis hijos a la cara a los dos, sería lo único que desearía, verlos a la cara a los dos, los cambios que han tenido en estos 19 años, que no es poca cosa”, admitió.

No obstante, Ernesto valora la vida por sobre todas las cosas. Así reflexiona:

“Como me dijo el chico de 20 años hace un tiempito, habrás tenido un accidente y habrás quedado ciego, pero yo te puedo disfrutar y tengo a mi papá y no estás en el cementerio. Tenés que vivir todo para saber. Si yo hubiese salido del hospital después de haber tenido el accidente, hubiese salido con vista y todo. Volvía a subirme a una moto y volvía a ir a 260 km/h. Lo hacés de vuelta. Como esto me frenó, es como otra oportunidad en el mismo cuerpo”.


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