Vocación de servicio: la historia del mozo de mayor edad en Uruguay

Glauco Bulein trabaja como mozo en el Bar Facal hace más de 30 años y, a sus 83 años de edad, sigue férreo a su oficio.

Glauco Bulein nació en 1933 en una estancia en Paso de Almada, Cerro Largo. Era el menor de once hermanos y no conoció a su padre, quien falleció meses antes de que él naciera, dejando una módica pensión como guarda aduanero jubilado que no les daba para subsistir.

Junto a su madre y sus hermanos vivieron de la caza, la pesca y lo que podían plantar en 33 cuadras de campo con sacrificio, pasando grandes necesidades.

"En la escuela daban comida al mediodía y yo los días que llovía como iban pocos niños iba a comer a la escuela, les decía hoy voy porque hay bastante comida en la escuela", recordó.

Glauco cursó hasta cuarto de Primaria en la escuela 84 de Paso de Almada y, cuando dos de sus hermanos ingresaron al Ejército en Melo, todos se mudaron a la ciudad.

Comienzos

Comenzó a trabajar siendo aún menor de edad en una zapatería y, a los 17 años, consiguió empleo en el bar de la confitería Washington de Melo, donde al principio servía café y lavaba el piso. Después se presentó la oportunidad de hacer suplencias como mozo y aprendió con avidez el oficio que lo acompañaría por el resto de su vida.

Por ese tiempo conoció a María Josefa, una muchacha de su edad que trabajaba en la casa de un coronel cerca de la confitería y, de mirarse en la vereda, nació el amor. Se casaron a los 22 años y tuvieron tres hijos varones.

"Mi señora era empelada doméstica y le dije, bueno, nos casamos pero vos no trabajás más mientras yo puedo, hasta ahora he cumplido. Llevamos 62 años de casados”, afirmó el hasta ahora mozo.

Glauco trabajó nueve años en la confitería Washington y después seis años en la confitería Cerro Largo, también en Melo, hasta que se dio la oportunidad de mudarse a la capital con su familia.

Había llevado a uno de sus hijos a atenderse con un especialista en Montevideo y un familiar, que trabajaba en el parador del Cerro, le pidió ayuda ya que necesitaban un mozo durante el fin de semana.

 “Fui viernes, sábado y domingo y el lunes. Le dije al patrón: ‘bueno, me retiro’ y dice ¿usted no se quiere venir a Montevideo a trabajar con nosotros? Me vine en el año ‘72”, sostuvo.

Glauco trabajó como maitre en ese parador durante once años, en los cuales vivió experiencias inolvidables.

“Yo no podía creer, allá arriba todo el ambiente que había, para mí era una vida nueva. Joan Manuel Serrat, Camilo Sesto, los Ángeles Negro… todos los cantantes argentinos de tango, los conocí todos. Toquinho, Vinicius de Moraes, María Creuza, Los Nocheros, Los Plateros. Vi todo. Ahora, el mejor show que vi fue Romina Power y Albano, los italianos, eso fue una cosa que a mí no se me borró nunca más”, admitió.

En 1983, cuando el parador del Cerro ya había entrado en decadencia, unos amigos le ofrecieron ir a un restorán que abriría en la terminal de Maldonado y glauco decidió renunciar a su trabajo para hacer la temporada.

Glauco nunca había estado sin trabajo y quedar desempleado, con tres hijos que alimentar, fue verdaderamente angustiante.

“Lo que hice en Punta del Este me lo comí todo, no me disfruté nada, nada más que para no pasar mal”, dijo.

La llegada al Bar Facal

La angustia de Glauco por estar desempleado duró sólo cuatro meses. Un conocido lo recomendó en un bar que abriría en 18 de Julio donde, a pesar de que había una larga lista de aspirantes, fue seleccionado de inmediato gracias a sus referencias. Glauco recuerda su contratación en Facal como uno de los momentos más felices de su vida.

 “Pensé que no entraba y cuando entré y vi lo que era… para mí se me abrió el mundo. Lo más grande que hubo para mí fue haber entrado, fue una satisfacción tremenda”, admitió.

El Bar Facal se convirtió en su segunda casa. Su actual jefe, Federico, tenía sólo siete años cuando Glauco comenzó a trabajar en el bar de su padre y lo considera parte de la familia.

"Él es Facal, el conoce todo desde el día que estamos nosotros y es genial que esté Glauco, la gente lo adora, pila de clientes me dicen el día que se vaya Glauco yo no vengo más", contó el dueño del bar.

Glauco fue uno de los primeros en colocar su candado del amor en la fuente de piedra volcánica importada de México que Facal instaló en 2005 en la clásica esquina de 18 de Julio.

Pero, más allá de las hermosas vivencias, después de tantos años de mozo, también ha atestiguado el deterioro social y la pérdida de valores.

"No te respetan, piensan que como los servís, sos uno cualquiera y antes no, te respetaban. La juventud está perdida, te agarran y, a mí no me importa que me tuteen viste, pero te dicen che… ¡Pará! Un poco de respeto”, afirmó.

Según Glauco, hay ciertas características que son esenciales para mantenerse tantos años en el rubro, como la amabilidad.

“Educación ante todo. Ser higiénico, ser higiénico para trabajar, eso es fundamental”, señaló.

Su vasta experiencia le ayuda a sobrellevar mejor que muchos jóvenes los momentos de stress que se presentan en el bar.

“La edad mía me lleva confiado a atender a la gente, me lleva totalmente confiado a atender a la gente, no tengo ningún nerviosismo ni nada y trato de dominarlo al cliente, no que el cliente domine”, explicó.

El oficio también le ha permitido conservar la prodigiosa memoria de la que siempre se jactó.

“Agarro una mesa de cinco o seis, te la levanto, te la canto en la caja, te pido los pedidos, te la llevo, te adiciono y después te cobro y yo no ando apuntando”, apuntó.

“Hay mesas kilométricas, de 30 ítems. Es cero falta, cero error hasta el día de hoy. Evidentemente tiene una memoria privilegiada”, sostuvo Federico, el dueño del bar.

Quedan pocos mozos como Glauco, quien sigue trabajando cuatro horas diarias porque no quiere deprimirse en su casa, sin nada que hacer.

“Para mí es una costumbre esto. Me levanto, de mañana, me apronto, tomo mate con mi señora, desayuno y me vengo a trabajar. Yo si me quedo en la casa me muero”, confesó Glauco.

“Lo más feliz soy, lo más feliz soy”, agregó.


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