Obdulio Varela y Zizinho como mejores enemigos

En "Mi querido enemigo", uno de los textos de "Los hijos de los días", Eduardo Galeano escribió una divertida anécdota sobre la final del Mundial de Fútbol de 1950.

Julio
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Blanca era la camiseta de Brasil. Y nunca más fue blanca, desde que el Mundial de 1950 demostró que ese color daba desgracia.

Doscientas mil estatuas de piedra en el estadio de Maracaná; el partido final había concluido, Uruguay era campeón del mundo, y el público no se movía.

En la cancha deambulaban, todavía, algunos jugadores.

Los dos mejores, Obdulio y Zizinho, se cruzaron.

Se cruzaron, se miraron.

Eran muy diferentes. Obdulio, el vencedor, era de hierro. Zizinho, el vencido, estaba hecho de música. Pero también eran muy parecidos; los dos habían jugado lastimados casi todo el campeonato, uno con el tobillo inflamado, el otro con la rodilla hinchada, y a ninguno se le había escuchado una queja.

Al fin del partido, no sabían si darse un puñetazo o un abrazo.

Años después, le pregunté a Obdulio:

—¿Te ves con Zizinho?

—Sí, de vez en cuando. Cerramos los ojos y nos vemos.


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