Para ser neurocirujano, hay que estudiar muchos años, tener un pulso perfecto y muchísima precisión, trabajar sin parar, practicar cada movimiento y hacer cirugías de horas. Pablo Pereda está convencido de que ninguna de esas cosas es la más difícil del oficio: donde se juega el partido más difícil es en la parte humana.
Vivir, capítulo doce: Superpoder y debilidad
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