Los psicodélicos buscan ser la próxima revolución terapéutica y Uruguay avanza en sus investigaciones

Desde hace algunos años existe el Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Psicodélicos, un equipo de la Universidad de la República integrado por profesionales de la psicología, la química, la medicina, las humanidades y también del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.

El uso de sustancias psicodélicas para el tratamiento de algunos trastornos como la depresión, el estrés postraumático y las adicciones no es nuevo. Sus primeros pasos empezaron en la década del 1950 a nivel científico “formal” y hace más de 6.000 años en antiguos rituales chamánicos.

El problema es que durante años, estas sustancias estuvieron regidas por una lógica prohibicionista que las criminalizó, generando que muchos científicos se desalentaran y evitaran estudiarlas. Pero en los últimos años los estudios con sustancias psicodélicas se volvieron fuertes y robustos y han aparecido resultados alentadores, algunos incluso con ensayos clínicos en fase 3.

Haciendo historia

Estas drogas -LSD, MDMA, psilocibina, mescalina y ayahuasca, entre otras- son conocidas popularmente como sustancias recreativas o sacramentos religiosos que se consumen en búsqueda de sus efectos psicotrópicos que alteran la conciencia, la percepción de la mente y por ende los sentidos y las emociones.

Algunas de estas sustancias, las naturales, vienen siendo utilizadas desde hace siglos. Pero a comienzos del siglo XX el tema pasó a la formalidad científica cuando un investigador alemán aisló la mescalina, un alcaloide alucinógeno, del cactus peyote.

Las investigaciones avanzaron hasta que en 1938, Albert Hofmann descubrió por casualidad el LSD. Años después, en la década de 1950, los estudios con psicodélicos se empezaron a expandir por todo el mundo. Incluso en Uruguay se llegó a experimentar con estas sustancias por aquella época.

En los años sesenta, el LSD se convirtió en un estandarte de los movimientos contraculturales. La insurrección de la juventud, sumada a algunas malas experiencias con el manejo de la sustancia -los llamados “malos viajes”- desembocaron en una prohibición total de estas drogas justo en el momento en el que las investigaciones médicas estaban avanzando.

"De alguna manera se suspende la agenda psicodélica. Digo de alguna manera porque algunos proyectos se puede decir que siguen pero se van apagando y después en los años 70 empieza a decaer toda esta investigación clínica en psicodélicos", explicó el psicólogo y antropólogo Ismael Apud, integrante del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Psicodélicos.

Sin embargo, en los años 90 hay un "agotamiento de este paradigma prohibicionista", dice Apud, lo que permite retomar las investigaciones por parte de diferentes grupos científicos.

Hoy, la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos, la Universidad Johns Hopkins, la Universidad de Yale, la de California, la de Nueva York, Columbia, campus Berkeley y el Hospital Monte Sinaí son apenas algunos de los centros más prestigiosos del mundo que trabajan para hacer de la psicodelia la próxima gran revolución terapéutica.

Según publicó The New York Times, algunas de sus investigaciones, con presupuestos multimillonarios, adelantan que es cuestión de tiempo para que la FDA -la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos- apruebe el uso terapéutico de drogas psicoactivas. El MDMA podría recibir luz verde en 2023 y la psilocibina apenas un par de años más tarde.

"Las investigaciones que se están dando en el mundo son muy impactantes y es necesario que como sociedad tengamos más conocimiento sobre esta sustancia. Más conocimiento sobre sus riesgos y más conocimiento sobre su potencial terapéutico", expresa el químico Ignacio Carrera, también integrante del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Psicodélicos.

¿Y en Uruguay?

Uruguay no es indistinto a esta revolución latente. Desde hace algunos años existe el Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Psicodélicos, un equipo de la Universidad de la República integrado por profesionales de la psicología, la química, la medicina, las humanidades y también del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.

Carrera, un químico e investigador que realizó su doctorado en la Universidad de Columbia, participó de investigaciones que mostraban que algunas sustancias podían inducir procesos de plasticidad en el cerebro y que esto podría ser beneficioso para tratar adicciones. A su regreso a Uruguay, Carrera continuó con el proyecto enfocado a una sustancia en particular: la ibogaína.

"En cierta forma una administración de ibogaína podía hacer que los animales se auto administraran menos heroína, menos morfina, nicotina", dijo.

La ibogaína es un psicodélico que se conoce hace mucho tiempo. Es originaria de África y se extrae naturalmente de la corteza de la raíz de un arbusto. Es utilizado por comunidades africanas durante ceremonias espirituales como un acceso a estados alterados de consciencia. Pero tiene un problema y es que puede causar la muerte por complicaciones cardíacas.

"El proyecto de la ibogaína nace con la intención de poder alterar la estructura química del compuesto para poder encontrar un análogo estructural, una sustancia que sea muy parecida estructuralmente que conserve estas propiedades beneficiosas para el abuso de sustancias, pero que no tenga este perfil peligroso sobre la actividad cardíaca", apuntó.

Hasta ahora, las investigaciones lograron desarrollar varios análogos hechos 100% en Uruguay, con el trabajo de la facultad de Química y el Instituto Clemente Estable. De esta forma, el país podría ser pionero en el tratamiento de esta sustancia a la que también le encontraron propiedades antidepresivas. Aunque la ciencia ya sabe que, por ahora, la psicodelia no es para cualquier persona.

"Todo estos estudios que se están realizando en universidades, o mismo algunos aprobados por la FDA, los estudios clínicos que se están llevando a cabo de estas sustancias, no son estudios clínicos donde la sustancia se da aislada. Son estudios clínicos donde la sustancia se da en un contexto. A las personas se las prepara para la experiencia, se las contiene durante la experiencia, se las ayuda a integrar lo que sucedió en la experiencia. La sustancia está utilizada en un enfoque dentro de un tratamiento. No es la sustancia per se, sino que es el combo entre la sustancia más el tratamiento lo que tiene el efecto que se ve en los estudios clínicos que se están desarrollando hoy en día", explicó Carrera.

Al mismo tiempo, el grupo -que aún no tiene ninguna fase clínica en curso- trabaja en un proyecto enfocado en la identificación de hongos locales que tengan alcaloides y, por ende, potenciales usos en la medicina psicodélica. También están concentrados en la observación y el reporteo en campo de los efectos de la ayahuasca en las personas que la consumen en Uruguay en el marco de terapias alternativas y ritos espirituales.

"A mí me parecen muy interesantes estas sustancias porque unen el mundo científico con el mundo más fenomenológico porque justamente las personas describen que las experiencias que tienen son importantes para su manera de ver ciertas cosas en sus vidas", sentenció el químico.


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