Una segunda oportunidad: a 20 años del primer trasplante de corazón del Uruguay

En 1997 Joel fue el primer caso de un trasplante exitoso de corazón. ¿Cómo está ahora?

Joel Pereyra tiene 27 años y es el menor de tres hermanos. Nació con insuficiencia cardíaca a raíz de un orificio valvular y su salud se fue deteriorando con el correr de los años.

“No podía hacer nada de lo que sería la vida normal de un niño ni gastar energía porque ni siquiera la tenía. No podía comer, caminaba 30 metros y ya no podía más, tenía que frenarme porque no me daba más el cuerpo, el físico”, recordó Joel.

Hasta los siete años, fue sometido a varias cirugías e incluso llegaron a colocarle un marcapasos, pero nada de esto mejoró su vida, que transcurría mayormente en los hospitales.

Si bien no tiene casi recuerdos de las operaciones, sí se acuerda que familiares y amigos le llevaban regalos y que hacía las tareas de la escuela en el hospital para no perder el año por la cantidad de faltas.

“Todos los deberes, todos los trabajos que había, los iba haciendo internado mientras que estaba así bastante grave y de esa manera fui pasando de año”, contó.

A veces podía asistir a clase y allí se hacía más evidente aún su vulnerabilidad.

“Casi nunca podía disfrutar de lo que eran los recreos ni de jugar con mis amigos porque estaba siempre sentado. Igual por suerte había varios compañeros que se quedaban a mi lado ahí haciéndome el aguante”, explicó.

El primer trasplante

Ante el progresivo deterioro de su salud y sin otra solución posible, en diciembre de 1997, Joel ingresó a la lista de espera para recibir un trasplante cardíaco. Como niño, no era del todo consciente de la gravedad de su situación, a diferencia de sus padres y sus hermanos mayores, que ya eran adolescentes.

“Él estaba en lista de espera porque tenía una esperanza de vida menor a un año, entonces cuando nos enteramos que existía la oportunidad del trasplante, y que era una realidad que iba a ser en cuestión de horas, era una alegría, una alegría porque sabíamos que era una nueva oportunidad para que tenga una buena calidad de vida mi hermano”, dijo Nicolás, hermano de Joel.

El 10 de febrero de 1998, Joel recibió el corazón de un joven de 17 años que pesaba 70 kilos, lo que fue posible gracias a que había nacido con el corazón más grande de lo normal y tenía una caja torácica más ancha que la de un niño de su edad.

No hubo rechazo ni complicaciones tras la exitosa operación y Joel, con su nuevo corazón, pudo estrenar una etapa llena de alegría y movimiento.

“Me acuerdo de correr en el recreo, me acuerdo que era uno de los más rápidos también, no sé si serían las ganas de tanto, de jugar y hacer cualquier cosa”, admitió.

Se abrió un mundo de posibilidades físicas que no habían estado a su alcance hasta ese momento y Joel descubrió que amaba los deportes, por lo que empezó a practicar babyfútbol.

“El trasplante fue algo que generó un antes y un después y fue sumamente positivo”, afirmó su hermano.

“Total agradecimiento a la mamá, a los padres del donante, que dijeron que sí y gracias a ellos ahora estoy acá para poder hablar y haber tenido una vida normal”, sostuvo.

Tiempo después de la cirugía, su madre se puso en contacto con la madre del donante para agradecerle y ambas acordaron un inolvidable encuentro en el Parque Rodó.

“De alguna manera para que pueda ver que al menos su hijo se fue pero dejó una buena marca, fue un héroe después de haberse ido”, confesó.

Contacto con su nuevo corazón

El hecho de tener en su cuerpo el corazón de otra persona hizo que Joel se cuestionara muchas cosas durante su adolescencia.

“A partir de los 15 años que yo empecé como a averiguar. Y ahí empecé a preguntar mucho, a preguntarle a mi doctora, a ver bien todas esas cosas, empezar a investigar los remedios que tenía que tomar, hasta cuándo tenía que tomarlos”, señaló.

Hasta el día de hoy, y después de mucho investigar, está convencido de que puede darse una fusión de ADNs entre donantes y trasplantados que haga innecesaria la medicación para evitar el rechazo, pero aún no existen estudios científicos que le permitan comprobarlo.

Más allá de los medicamentos que deberá tomar de por vida, lleva una vida normal, con el deporte, su gran pasión, siempre presente, ya sea haciendo natación, vóleibol, gimnasio o tenis. La mayor parte del tiempo, ni él ni sus seres queridos recuerdan que es trasplantado.

“Cuando jugamos al tenis no le perdono una pelota y en ningún otro ámbito. No es algo que esté presente”, contó Nicolás, su hermano.

Joel trabaja desde hace seis años en una importadora de artículos de peluquería y vive con su pareja, el hijo de ella de 12 años y cinco perros. Ama la vida por sobre todas las cosas, consciente de que su corazón prestado es el motor y la motivación para aprovecharla al máximo.

“Estoy vivo gracias a que otra persona me lo dio, más lo tengo que aprovechar y usarlo a full. Si después no me funciona, sea porque lo usé y no porque me quedé en mi casa sentado sin hacer nada”, detalló.

La donación de órganos

Su primer acercamiento a las organizaciones que promueven la donación de órganos se dio hace pocos años atrás y actualmente milita a favor del tema. Si bien respeta a quienes deciden no donar por ideología o religión, lamenta que se pierdan vidas porque un órgano no llegue a tiempo, como sucedió recientemente con Ezzio Stratta de dos años.

“Creo que si todo el mundo profundiza un poco sobre todos esos temas, llegado el momento que el médico dice quiere ser donante poder salvarle la vida a otra persona, en el momento que un familiar o un hijo fallece, uno ya tener eso pensado, analizado, y poder decir que sí”, explicó.

Joel cree que es crucial animarse a pensar sobre la muerte.

“Salvar vidas creo que es, como humanos, lo mejor que podemos hacer. Si tenemos una oportunidad, aparte de hacer todo lo mejor que podamos estando vivos, después de fallecer todavía seguir salvando a las personas y salvando vidas me parece algo increíble”, opinó.


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