El sutil encanto de las flores uruguayas: la floricultura da su lucha en medio de un cambio de sensibilidad

La historia de la floricultura, como muchas otras historias, no tiene un inicio determinado. Los primeros vestigios encontrados son de las culturas sumeria y egipcia. Fueron ellos quienes comenzaron a utilizar plantas silvestres como ornamentos. Sin embargo, se estima que el uso de plantas silvestres como decoración comenzó mucho antes.Las flores atraviesan la cultura humana […]

La historia de la floricultura, como muchas otras historias, no tiene un inicio determinado. Los primeros vestigios encontrados son de las culturas sumeria y egipcia. Fueron ellos quienes comenzaron a utilizar plantas silvestres como ornamentos. Sin embargo, se estima que el uso de plantas silvestres como decoración comenzó mucho antes.

Las flores atraviesan la cultura humana desde sus orígenes.

Son símbolo de fertilidad, seducción y sensualidad. Al mismo tiempo, son metáforas de la vida y la muerte. Y una fuente de medicina desde tiempos ancestrales. Es probable que en los momentos más importantes del ser humano -desde el nacimiento hasta el funeral- las flores hayan estado presentes. Silenciosas, pero generosas para los sentidos de quienes decidan prestarles atención.

Hoy, las flores frescas representan un “pequeño lujo” para la mayoría de los uruguayos. Pero a comienzos del siglo XX las flores estaban en todas partes.

Fueron los inmigrantes italianos, españoles y franceses quienes importaron el conocimiento sobre la producción de flores y contagiaron la tradición. Aunque con las guerras mundiales y una humanidad golpeada, el carácter festivo de las flores tomó un tinte inapropiado.

Sin embargo, la llegada de los inmigrantes japoneses a Uruguay a mediados del siglo XX fue un cambio de aire para la cultura floral y al menos en este lado del mundo les devolvieron su vitalidad. Fueron ellos quienes se pusieron a trabajar la tierra y lograron una época de bonanza para la floristería que incluso llegó a ser mercadería de exportación al otro lado del río, en Argentina.

Hoy la supervivencia de las flores dentro de la cultura nacional está más comprometida que nunca. Los cambios de hábitos y tradiciones van en detrimento de la popularidad de las flores.

El panorama para quienes se dedican a su producción y comercialización es bastante complejo. Pero no todo está perdido.

Toda esta cronología fue estudiada por la periodista Natalia Jinchuk en su nuevo libro, En flor, que propone recoger la obsesión histórica de los humanos por las flores y reversionar para las nuevas generaciones ese mensaje de honor y seducción que puede transportar un ramo.

"Es una nueva mirada sobre las flores, o sea no tiene quizás tanto que ver con la mirada que se tenía antes o la más tradicional, sino que justamente es la invitación a que la gente las mire. Porque ya de por sí es 'mirá, ahí hay un jacarandá en flor'. Prestar atención a eso y descubrir que si tenés flores, aunque sea un ramito pequeño, una sola flor, algo, seguramente eso va a afectar positivamente en tu vida", indicó.

En ese sentido, el libro de Jinchuk -con fotografías de Francisco Supervielle y el diseño floral de Mercedes Lalanne- recapitula la diversidad de flores de corte en Uruguay y su historia en palabras de los productores. Entre ellos el expresidente José Mujica, considerado en la publicación como el floricultor más famoso del mundo. “Las flores me dieron de comer, me ayudaron a comer. Para mí no es una cuestión poética”, dice Mujica en las páginas del libro.

Hoy, influenciados por el aplomo de la cultura visual en Instagram y otras redes sociales, valoramos un poco más esos raptos de belleza.

"La belleza a veces está subvalorada porque nos acostumbramos a veces a que tenemos un montón de cosas que quizá nos tenemos que atener al día a día que no son tan lindas, pero cuando aparece ese elemento para mí es revolucionario. Yo creo en eso. Las flores son una manera de acercarse a esa belleza, de explorarla", afirmó Jinchuk.

De esta forma, dice Jinchuk, las plantas y las flores están viviendo un gran momento. Tiene que ver con esa necesidad de rodearnos de naturaleza que a veces tenemos quienes vivimos en ciudades. Pero quienes la sufren y pelean son los productores de flores. Muchos productores luchan con la presencia de flores importadas de Ecuador, Colombia y Brasil que llegan todo el año.

La producción artesanal de flores en Uruguay

Hay que manejar 45 minutos desde el centro de Montevideo para encontrar uno de los últimos bastiones de la floristería nacional.

Allí, bajo la atenta mirada de Marta Mazzuchelli -una mujer rural de Sauce, Canelones- un grupo de entre cinco y diez trabajadores se dedican a producir y repartir flores, más que nada para los capitalinos, en un emprendimiento familiar que comenzó poco a poco y en el que todos colaboran para mantenerlo a flote.

"Acá es un emprendimiento familiar. Mi esposo falleció hace diez años y bien o mal había que ponerse la empresa al hombro y seguimos adelante, mi hija, yo y mi nieta", dijo.

Marta comenzó plantando papas, cebollas y porotos de manteca. Pero hace treinta años probó suerte con una flor silvestre. La primera tanda fue un éxito y ante la demanda por la vieja tradición de llevar flores al cementerio, se lanzó a producir más y variado.

Sin embargo, desde hace ya varios años, Marta, como el resto de los floricultores, padece un cambio en las costumbres.

"Antes te daban más ganas de invertir y plantar porque se comercializaba mejor. Hoy por hoy vamos manteniendo la empresa a ver qué sucede. 02.56 03.35 Cada vez las ventas no son tantas, es una sobreinversión continua", relató.

Los cambios en el clima, el valor del dólar -las flores se comercializan en pesos, pero todos los insumos para su producción lo hacen en dólares- y la prohibición de dejar flores en los cementerios por el avance del dengue, comprometen su negocio. Sin embargo, Marta y otro montón de productores no desisten. Ella dice que las considera “una terapia”.

La rutina de producción está bien aceitada. Los lunes, miércoles y viernes reparte los pedidos por los puestos callejeros y las florerías en Montevideo. Y el resto de los días, cosecha y cuida las flores.

"Estamos cortando para preparar mañana de mañana porque todas las flores que nosotros comercializamos son frescas. Esto lleva un proceso que no es de hoy para hoy. Sino que tenés que en el invernáculo poner semillero, ponés la semilla a germinar, repiquetea, después las trasladás al campo. Lleva un proceso de seis meses. Desde que ponemos la semilla, crece la plantita, que se trasplanta y empieza a dar flor, lleva como seis meses", indicó.

Los días de reparto, Marta termina su recorrido en el Mercado de Flores de la cooperativa Cofloral, sobre la calle Guadalupe, en Montevideo. Allí se dan cita los floricultores que quedan en actividad para vender los remanentes de la jornada.

Gastón Mizuki es uno de ellos. Presidente de la cooperativa que sus padres, que llegaron de Japón, fundaron en 1954. La mayoría de los productores, cuenta Mizuki, son de la colectividad japonesa en Uruguay.

"La cooperativa llegó a tener en su máximo unos 140 - 150 productores. Ahora estamos llegando más o menos a 20 o 22 productores", advirtió.

A pesar de estos números, la mayoría de los productores confían, con mucho tino, que la belleza de las flores todavía tiene mucho que decir en nuestras vidas cotidianas.


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