"Locos de remate", un libro de Fischer y López Reilly que repasa los 100 años de la casa de remates Bavastro

Se trata de una empresa que conoce a la sociedad con una mirada distinta: esa forma de vivir que se desprende de los muebles, objetos y enseres que estuvieron en miles de hogares.

Locos de remate (2017) surgió como un homenaje a Héctor Bavastro, quien fuera el alma máter de dicha la casa de remates Bavastro e hijos, hoy timoneada por la tercera y la cuarta generación de la misma familia.

El trabajo de los periodistas Diego Fischer y Andrés López Reilly constituye una detallada crónica del periplo de una empresa que ha conocido y conoce a la sociedad uruguaya con una mirada distinta, aquella que revela una forma de vivir que se desprende de los muebles, objetos y enseres que alhajaron miles de hogares a lo largo de décadas en el último siglo.

Un poco de historia

En la novísima ciudad de Montevideo, transcurriendo la segunda mitad del siglo pasado, Eugenio Bavastro fundaba la casa de remates que se transformaría en un emblema.

Jamás imaginó que su modesta iniciativa perduraría en el tiempo, al influjo de vínculos cada vez mayores, que atesoran lo que es hoy una indiscutida tradición en el mundo del remate.

La empresa actualmente es dirigida por su hijo, don Héctor Bavasto y sus nietos, que siguen el camino trazado por la bandera que con tanta esperanza alzó don Eugenio, por primera vez el día 17 de agosto de 1917.

La casa de remates se encuentra desde 1934 en la casona de Misiones 1366/70.

Prefacio del libro

Son muy escasas las empresas familiares que logran llegar al siglo de vida en plenitud y crecimiento. Es algo poco frecuente en el mundo, y en el Uruguay bien podemos decir que es un hecho casi excepcional. Si tomamos como fecha de nacimiento de nuestro país el 18 de julio de 1830, día en que se juró la primera Constitución, nos encontramos con que el Uruguay cumplió 187 años de vida independiente, de los cuales 100, algo más de la mitad, fueron acompasados por Bavastro e Hijos.

En ese siglo que para Bavastro arranca en agosto de 1917, cuando abrió sus puertas por primera vez en un local de las calles Zabala y Rincón, son tantos los acontecimientos que marcaron al país y al mundo que sería imposible resumirlos aquí. Simplemente digamos que desde entonces el hombre pasó de comunicarse a través del telégrafo y cruzar el Atlántico en barcos cuyas travesías demoraban tres y hasta cuatro semanas a volar de Montevideo a Madrid en 12 horas, conectarse con todo el mundo en segundos a través de Internet y enterarse de manera simultánea de lo que sucede en Beijing, Nueva York o París.

Aun así, hay cosas que no han cambiado o se resisten a cambiar. Son los pilares que dan sustento a una empresa y condicionan su forma de relacionarse y vincularse con la sociedad a la que pertenece y a la que se debe. La tecnología, que todo lo ha transformado, no ha podido con el valor de la palabra dada, el respeto por el cliente y el esfuerzo constante como forma de superación. Estos son los cimientos sobre los que —un siglo atrás— Eugenio Bavastro comenzó a edificar su casa de remates. Dos décadas más tarde, y teniendo apenas veinte años, su hijo Héctor tomó la posta e hizo crecer la empresa con su permanente esfuerzo y dedicación. Simultáneamente y sin proponérselo, se convirtió en un personaje que, a lo largo de su extensísima trayectoria profesional y vital, dejaría un inconfundible sello en la Ciudad Vieja.

Con frecuencia sucede que las anécdotas retratan parcialmente a una persona. Las que se cuentan sobre Héctor Bavastro son la excepción que parece confirmar la regla. Los sucesos que sobre él recuerdan aquellos que lo conocieron, trabajaron con él o gozaron de su amistad coinciden a la hora de retratarlo: todos hablan de una personalidad desbordante, de un hombre de gran sensibilidad social y con un compromiso irrenunciable con la libertad y los valores democráticos. Ese temperamento avasallante y solidario lo aplicó en su empresa. Tal vez allí esté una de las claves de la solidez y permanencia de Bavastro e Hijos.

“Fue el primer tipo que creyó en mí”, dijo el actor y humorista Cacho de la Cruz. En efecto, en 1961, De la Cruz había llegado de su Buenos Aires natal a Montevideo a ganarse la vida. En aquellos años hacía mímica con música, y para su trabajo era imprescindible un tocadiscos o grabador de cinta. El que tenía se había roto. Le aconsejaron que fuera a Bavastro, que quizás allí conseguiría uno a menor precio. Efectivamente lo encontró. Era un aparato italiano marca Geloso, pero tenía una base de salida inaccesible para sus bolsillos. Se le apersonó a don Héctor y le dijo:

—¿Usted cree en la palabra de un hombre?

—¡Cómo no voy a creer! —respondió Bavastro con su voz de trueno.

De la Cruz le contó para qué necesitaba el grabador. También le dijo que no podía pagárselo en ese momento y le propuso hacerlo en cuotas semanales con un porcentaje de lo que ganaría en cada show. Bavastro se lo dio. Durante dos meses, De la Cruz fue todos los lunes a entregarle a don Héctor parte de lo que había recaudado con su trabajo en el fin de semana. Terminaron siendo amigos. Historias como las protagonizadas por el hoy retirado capocómico se cuentan por docenas. Son muestras elocuentes de un hombre que sostenía que el éxito de un empresario está también en darle una oportunidad a quien quiere trabajar y abrirse camino en la vida.

Locos de remate es una crónica del periplo de una empresa que ha conocido y conoce a la sociedad uruguaya con una mirada distinta, aquella que revela una forma de vivir que se desprende de los muebles, objetos y enseres que alhajaron miles de hogares a lo largo de décadas en el último siglo. Es también un homenaje a Héctor Bavastro, quien fuera el alma máter de dicha firma, hoy timoneada por la tercera y la cuarta generación de la misma familia.

Como sucede desde hace un siglo, los jueves seguirán siendo de Bavastro e Hijos. Porque una historia tan rica en historias no se perderá mientras haya locos de remate.


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