Luis Eduardo González: 28 de octubre de 1945 - 10 de setiembre de 2016

Por Alexandra Morgan.

“Estoy listo”, era la invariable respuesta de el “Sordo” cuando se acercaba la primera salida a aire en la tarde de un domingo de elecciones, a las 19 horas. Luego se venía una larga hora hasta que llegara el final de la veda y se le pudiera trasmitir la pregunta –primero de Néber Araújo y luego de Aldo Silva: “¿Luis Eduardo, a esta hora qué podemos decir?”

El silencio era igual en los estudios de Canal 12 y en las sedes políticas y las casas de la mayoría de los ciudadanos. Luis Eduardo González se había convertido en la voz que anunciaba y bendecía al nuevo Presidente de los orientales. Algún año nos ganaron pero igual nosotros y el público -en ese orden- esperábamos “la voz oficial”.

En los búnkers partidarios pasaba lo mismo; todos los móviles de TV y radio aguardaban a los candidatos para que aceptaran triunfo o derrota pero inexorablemente nadie quería hablar antes que el Sordo.

Su discapacidad se había convertido en nombre propio con una autoridad que nos enorgullecía a todos. Fueron muchas elecciones en las cuales celebro haber estado cerca en la previa y en el fin de semana correspondiente. Para mí, haber podido entrar y salir de su oficina con salvoconducto expreso era un privilegio formativo. Aprendí a leer las columnas correctas de sus tablas, a mirar algo que ni por asomo captaba pero que –si él me guiaba- resultaba claro como el agua.

No recuerdo haberlo sentido quejarse del calor, el frío o la jornada larga y hasta eterna. Lo que lo alteraba un poco era cuando algún presidente de mesa impedía la entrada a un encuestador nuestro. Pero rápidamente el equipo re calculaba y todo seguía su curso.

Podría enumerar varios momentos de tensión: resultados demorados; un canal de la competencia anticipando un presidente equivocado y Luis Eduardo manteniéndose firme pese a la presión; otra vez un resultado, en ese caso nuestro, equivocado; y tantos y tantos aciertos. Inolvidable el brillo en sus ojos cuando se sentía seguro de que “tenía al Presidente” y luego el pequeño paseo que daba de un estudio a otro hasta sentarse en la escenografía, pronto para salir al aire; eran minutos tensos pero de gloria para todos. Adriana Raga, su compañera de vida en todos los frentes, lo acompañaba desde el minuto uno. Eran Abbot y Costello aunque era tanto el cariño y el respeto que se tenían que prefiero asociarlos a Lorenzo y Pepita.

Se fue Luis Eduardo González y para la mayoría de quienes tenemos el placer profesional de participar de las elecciones “desde adentro” la próxima no será igual.

Tengo mil cuentos en cuerda menor pero prefiero evocar dos anécdotas bien pequeñas.

La primera, una reunión en sala de Directorio donde alguien me pidió que modulara (que hablara más despacio) porque, si no, Luis Eduardo no podría comprender ni una palabra que yo dijera. Él interrumpió para decir que no tenía dificultad alguna para entenderme… ¡Un triunfo del cual me jacto hasta el día de hoy!

El segundo recuerdo es un poco más complicado. Luis Eduardo había sido invitado por la Universidad Católica para dictar la Lectio inauguralis y yo lo escuché con toda atención. Al finalizar el acto nos tocaba cantar dos o tres temas con el coro que yo integro. Nos cruzamos en la puerta de la gran sala y no se me ocurrió nada mejor que preguntarle: “¿Luis Eduardo, te quedas a escucharnos?” ¡Imaginen la cara de quienes nos rodeaban! Mientras yo buscaba algún efecto que me hiciera desaparecer de la faz de la Tierra, él respondió: “Con muchísimo gusto”. Atiné a entregarle mis partituras como para que este gran papelón tuviera mínima reparación. Siguió todo el recital en primera fila. Le pedí varias veces disculpas y como él era un Lord inglés me comentó que el solo hecho de que yo me hubiera olvidado por completo de su sordera era en sí mismo un halago.

Me niego a poner en esta nota una sola cuota de tristeza o pesar. Fue docente, politólogo y compañero de trabajo. Fue un lujo haberlo tenido comandando nuestro equipo. Pero quiero poner el acento en el ser humano entrañable. ¡Hasta siempre…! Y que el buen Dios lo reciba de brazos abiertos. La tertulia celestial gana un gran comentarista.

Alexandra Morgan


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