La accidental historia del malva, un colorante violeta que transformó la moda y la ciencia

Un accidente pasó de ser una anécdota a convertirse en una herramienta que, de una forma u otra, logró cambiar el mundo. 

La historia del primer colorante de textiles sintético podría haber pasado al olvido como un descubrimiento más. Sin embargo, su impacto y su revolución no solo tiene que ver con que ahora las señoras inglesas podían conseguir sus vestidos en tonos de lila y violeta más baratos, sino con un sacudón en la ciencia y la medicina que generó resultados inesperados.

Todo comenzó a mediados del siglo XIX en Inglaterra. Allí, un joven estudiante de química de 18 años estaba ayudando a su docente a encontrar una cura para la malaria. Durante uno de los experimentos se generó una mancha negra que nuestro joven protagonista, llamado William Henry Perkin, intentó remover con alcohol. Así se dio cuenta que se generaba una extraña tinta violeta.

Perkin sospechó que allí podía haber potencial para un nuevo hallazgo y continuó trabajando con estos materiales. Fue así que en 1856 patentó el primer colorante sintético de la historia, el malva.

El colorante fue furor en Europa y en cuestión de pocos años, las prendas color malva se veían en todos los escaparates de las grandes ciudades. Según detalló el portal especializado OpenMind, “incluso la reina Victoria de Inglaterra se apuntó a la moda, cuando en 1862 apareció en un acto público con una larga prenda malva teñida con el colorante de Perkin”, que ya se producía en 28 fábricas diferentes.

Pero el malva no solo llamó la atención de diseñadores y productores textiles, también de los científicos.

Walther Flemming, por ejemplo, lo usó para colorear células y así poder estudiar los cromosomas bajo el microscopio. También colaboró con el trabajo de Robert Koch, premio Nobel de Medicina en 1905, que descubrió la bacteria responsable de la tuberculosis luego de teñir la flema de un enfermo. Al mismo tiempo, el desarrollo de los colorantes sintéticos de Perkin fue fundamental para los estudios de Paul Ehrlich, que ganó el premio Nobel de Medicina en 1908 y fue pionero en las investigaciones en quimioterapia.

De esta forma, un accidente pasó de ser una anécdota a convertirse en una herramienta que, de una forma u otra, logró cambiar el mundo.


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